LOS MERCADILLOS CALLEJEROS

Manteros en València, el juego del gato y el ratón

La policía local y los vendedores ambulantes bailan la yenka por toda la ciudad. De los mercadillos al centro y de ahí al paseo marítimo, y vuelta a empezar

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LAURA L. DAVID / VALÈNCIA

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Es mediodía en el mercadillo de Benicalap, uno de los más populosos de València. La conversación entre el oficial jefe de del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Local que este sábado está a cargo de la vigilancia -y que declina dar su nombre- y Mor, uno de los manteros senegaleses que habitualmente faena por allí pero hoy va de vacío, discurre así:

- Qué, ¿hoy no vendes?

- ¡Si yo odio este mercado! 

- Pues estáis siempre, no os cansáis...

- ¿Tú tienes hambre? Hay que tener hambre para entenderlo

- ¡No, si se cree que tiene razón…!

El combate dialéctico termina en tablas, después de una mañana más de toma y daca en el mercado. Hoy, periodista mediante, no se ha detenido a nadie ni se ha hecho ningún decomiso. “Antes que evitar la venta ilegal, intentamos evitar que salgan en estampida y que haya algún lesionado”, asegura el agente. En junio, los manteros se manifestaron en València para protestar por el “acoso” policial. El fenómeno se repite en otras ciudades del litoral mediterráneo.

Los vendedores colocan sus telas en el centro del pasillo más concurrido: uno trae polos y camisetas de fútbol; Falu lleva zapatillas de pega cuyos logos Nike o Adidas saltan sólo con la uña; otro películas y CD’s; más allá se coloca el de los bolsos y así hasta una decena. La parada no dura mucho extendida porque, cada máxime 10 minutos, se atisba una pareja de policías locales. Los vendedores se van pasando la voz y se esfuman juntos, en grupos de seis o así, porque han aprendido que si van solos es más fácil que les “cacen” y les requisen la mercancía. Cuando los agentes se alejan, vuelta a empezar.

PERSECUCIÓN A CÁMARA LENTA

Falu se ha quedado descolgado y carga su saco a zancadas mezclándose entre los compradores. Dos policías inician la persecución a paso ligero desde la acera. Mor señala a la mujer de la pareja: “Esa es mala, mala”. Desde la otra parte de la calle el acecho se contempla como la escena de una película a cámara lenta. “¡Vete, vete!”, va diciendo Mor en wolof.

Es así cada día: en los mercadillos de los barrios o en las calles peatonales del centro y, por las noches, en el paseo de la Malvarrosa, la playa de la ciudad. “Intervenimos material muy pocas veces, lo que pasa es que tienen miedo porque, como muchos son ilegales, si los pillamos la cosa puede derivar a Inmigración”, expone uno los agentes que trabaja en la operativa especial de playas. En España, tener antecedentes policiales o penales te invalida para renovar el permiso de residencia.

Es sábado por la noche y los ambulantes han plantado el tenderete frente a las casetas de baratijas autorizadas. Khadim, que vende ropa deportiva, no ha tenido tiempo de sacar todo el muestrario. No han pasado ni siete minutos y un chiquillo ya está silbando para alertar de la llegada de la pasma. “Deja a los negros trabajar, ¡hombre!”, pide a gritos una vecina. Agentes, vecindario y manteros; se conocen todos. De hecho, los jefes policiales son los mismos que durante el largo gobierno de Rita Barberá.