La colonia china recibe el año 4705 con nostálgica contención

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Si estuviera en China en vez de estar en Barcelona, probablemente pegaría en la puerta una de esas imágenes de colores encendidos que llaman a la suerte y la buena fortuna, y a uno y otro lado un par de poemas tradicionales para invocar la felicidad. Si estuviera en China saldría a la calle armada con petardos hasta los dientes, y comprobaría que todos hacen lo mismo y al mismo tiempo y que la explosión de los suyos es un insignificante grano de arena en medio del estruendo, la tempestad. Si estuviera en China tal vez llevaría varios días sin trabajar, y si las circunstancias fueran las propicias podría ser un número más de la monstruosa estadística, esa que registra 1.000 millones de desplazamientos por carretera en esta época del año.

Pero no está en China, y como nadie en Barcelona va a mirar su puerta con los ojos que ella quiere que la miren, prefiere no pegar nada. No está en China y en Barcelona no es temporada de petardos, pero ella guarda uno desde Sant Joan y tiene pensado hacerlo estallar la noche del sábado, y escuchar cómo retumba el eco en una noche como las de-

más. No está en China, no tiene vacaciones y sus padres no están a 400 kilómetros de carretera, así que no hará falta que coja el coche con la esperanza de compartir con ellos la última noche del año. "Estoy muy sola, casi me he olvidado de celebrarlo".

AÑO PEREGRINO

Como Quiya Wu, la gran mayoría de los chinos asentados en Barcelona proceden de Zhejiang, una provincia del sureste de China que se cuenta entre las más pequeñas del país y donde viven 43 millones de personas. Allí y en el resto del extenso territorio chino tiene lugar estos días una agitación comparable solo con la que se apodera de los países occidentales a finales de diciembre: el próximo domingo se inicia el año del cerdo y, como quien dice, esto hay que celebrarlo.

Pero a varios miles de kilómetros de allí, en un país donde no es más que la tercera semana del segundo mes de un año peregrino como el 2007, el gran problema es la falta de entorno. "Lo que tienen aquí es un problema de descontextualización --explica Joaquín Beltrán, profesor del Centre d'Estudis Internacionals i Interculturals de la Universitat Autò-

noma de Barcelona (UAB)--. Para celebrarlo, hacen lo que pueden". Beltrán publicó en el 2003Los Ocho Inmortales cruzan el mar. Chinos en Extremo Occidente, un libro sobre la historia de la emigración china a la UE.

BARRIOS CON MAGNETISMO

La estadística oficial cifra en poco más de 11.000 la población china instalada en Barcelona. Y aunque extraoficialmente se habla de más de 30.000, no deja de ser una colonia pequeña. Ese pedazo de tierra en torno a la calle de Trafalgar que algunos han bautizado como Barrio Chino no tiene el espíritu ni la envergadura ni el magnetismo que tienen los verdaderos barrios chinos, pues si los tuviera ahora mismo sería un pequeño hervidero listo a saltar con la fiesta.

"Hay ciudades de Estados Unidos, del Reino Unido y de Australia donde sí se nota el año nuevo chino porque hay comunidades fuertes y bien arraigadas, y grandes barrios para acoger la fiesta". Lijing Ye es consultora de West-East Bridge, una firma que asesora a empresas interesadas en hacer negocios en China, y dice que en Madrid tampoco hay un gran barrio chino --uno de verdad--, pero el fin de semana tiene previsto viajar a la capital para reunirse con su familia. Otro desplazamiento que sumar a los 1.000 millones que se están llevando a cabo en su país.

DANZA DEL DRAGÓN

Quiya Wu vive en Barcelona desde hace siete años, estudia Derecho y está casada con un catalán. Ella y un grupo de amigas --que no son de Zhejiang, sino del norte de China-- planean celebrar la llegada del año 4705 con una cena de apartamento en la que la incógnita todavía no resuelta es si habrá raviolis, que se comen en el norte, o pescado, impepinable en el sur. Como no pueden estar allí, mañana estarán pendientes del televisor para seguir la celebración por los canales asiáticos internacionales.

Un trasiego constante de compradores se ha apoderado esta semana de los supermercados chinos de Barcelona y probablemente de toda España. Pero será sin duda en los restaurantes donde más visible sea la celebración. "La mayoría lo celebran en un restaurante --dice Lijing Ye--. A estas alturas, en los chinos de verdad y no los occidentales, los de pedir a domicilio ya no hay mesas disponibles". Allí habrá sobres rojos con dinero para los niños, como en China, y en la calles se quemarán cientos y tal vez miles de petardos, y antes de medianoche tendrá lugar la danza del dragón. Va por delante que todo el que podía ya ha cogido un avión a Pekín. Los otros conjuran como pueden la nostalgia.