el personaje de la semana

Teodoro Obiang Nguema, una figura incómoda

El tirano de Guinea Ecuatorial lleva casi 35 años aplastando los derechos humanos en la excolonia española. Su inesperada aparición en el funeral de Adolfo Suárez y su empeño en hacerse la foto con Rajoy en Bruselas han producido la dentera general.

Una figura incómoda_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Nadie ha querido salir en la foto con Teodoro Obiang esta semana. En el funeral de Adolfo Suárez, el lunes, las autoridades miraron hacia otro lado. Zarzuela se apresuró el martes a decir que «ni intervino ni influyó» para que el tirano guineano diera una conferencia en el Instituto Cervantes de Bruselas. Y Rajoy, que se comprometió el miércoles a darle charla en la cena de la cumbre UE-África, acabó en el hotel (seguramente) viendo los cuartos de final de la Champions entre el Real Madrid de sus amores y el Borussia-Dortmund.

Tanto desaire oficial le habrá sentado fatal al autócrata, un hombre que encaja mal las críticas en general -ordenó que le dieran 50 bastonazos a un ministro de Interior que se puso gallito- y no digamos ya los desprecios. Más aún si vienen de España, la antigua dueña de su finca, el país que lo ayudó en 1979 a derrocar a su tío, el cruel y hispanofóbico Francisco Macías, y que lo calificó en TVE como «el Suárez guineano».

Pero ahora ya es imposible maquillar al «peor dictador de África», según el Harper's Magazine, por más que esté sentado sobre una de las mayores bolsas de petróleo del continente vecino y que, de tanto en tanto, prometa otorgar unos cuantos barriles a la madre patria, que así le llama a España cuando está de buenas, porque cuando está de malas la ha llegado a acusar de complot para acabar con él.

Excepto EEUU, y en menor medida Reino Unido, Malasia, Japón y China, que se reparten el festín perforador, al resto del mundo libre le cuesta no taparse la nariz. Y eso que al principio su poder de seducción funcionó. Obiang llegó al poder como el garante de «la libertad adecuada», ocho años después decidió que el mejor sistema para Guinea Ecuatorial era la creación de un partido único -el suyo-, y bajo presión internacional, consintió el multipartidismo avisando de que el jefe de Estado era «inviolable durante y después de su mandato». Total, que ha llegado al 2014 ganando siempre las elecciones por una mayoría tan monstruosa como chusca: en Mongomo, su distrito natal, «de los 14.811 inscritos en el censo le votaron 14.811», señala Albert Sánchez Piñol en su libro Payasos y monstruos.

Derecho a distancia

De la etnia fang, Obiang nació en el poblado de Acoacán, en 1942. Estudió FP en Bata, se graduó como alférez en la Academia Militar de Zaragoza en 1964 y logró sacarse el título de abogado en la universidad a distancia. Quizá por eso le preocupan tanto la corrupción y la justicia. Las propias, se entiende. Porque mientras el 70% de los guineanos viven con un dólar al día y no tienen acceso a la electricidad ni al agua potable -«holgazanes», los ha llamado-, el dictador figura en la lista Forbes de los gobernantes más ricos del planeta (400 millones de euros). Saquen cuentas. El FMI lo hizo, y en el 2003 el banco Riggs de EEUU fue multado por lavar dinero del dictador y su parentela, que es mucha. Tiene varias mujeres -Constancia Mangue es la titular, aunque a otras las ha colocado en ministerios- y una treintena de hijos.

Entre todos, la palma del despilfarro se la lleva su primogénito, Teodorín, ministro de Bosques, vicepresidente segundo del país y su delfín, cuyo apego irracional al lujo es digno de estudio. Francia le ha imputado por blanqueo de capitales por supuestas irregularidades en la adquisición de bienes (los gendarmes sacaron en camiones de su palacete de París objetos valorados en 40 millones de euros). Los ecuatoguineanos tiemblan ante la idea del relevo.

Hechiceros y cráneos

Mantener ese tono muscular antidemocrático durante 35 años ha convertido a Obiang en un tipo muy desconfiado. Es el único jefe de Estado que firma las facturas de la administración del país. No sale sin sus mercenarios ninja. Y suele acudir a la hechicería para ahorrarse males de ojo -durante años codició el cráneo del guerrero Mbo-ba, creyendo que lo convertiría en invencible- y para justificar detenciones absolutamente arbitrarias. Esta semana se ha arrimado a los magos de la UE para mirar de purificar su imagen, pero ha vuelto a casa como vino.