Análisis

El Estatut está vivo, pero herido

Joan Tapia

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¿Cómo juzgar el fallo del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatut antes de conocer la sentencia y en especial los 27 artículos «interpretados»? No es fácil.

Vamos a lo positivo. El Estatut sigue vivo y el PP –pese a campañas y zancadillas en el TC– no lo ha matado. El fallo rechaza el recurso a 84 artículos, admite 14 (sobre 126 recurridos), e «interpreta» 27 (contando las disposiciones adicionales). Parece, pues, que el Estatut va a seguir vivo y operativo. Está herido, pero ni hay entierro ni entra en la uci.

Los cinco magistrados progresistas (más el moderado Guillermo Jiménez) pueden haberlo salvado. Al precio de repetir, ocho veces, lo de «la indisoluble unidad de la nación española» que ya está en el artículo 2 de la Carta Magna. ¿Es que los magistrados del TC no se la creen? Y lo mismo pasa con la no eficacia jurídica del preámbulo, que es de primero de Derecho. ¿Sentencian o predican en Intereconomía?

Pero parece que la columna vertebral del Estatut sobrevive. ¿Se equivoca pues Artur Mas cuando dice que se rompe? Primero, hay que ver los 27 artículos «interpretados». Y el esqueleto político si se agrieta. Un Estatut aprobado constitucionalmente –Parlament, Cortes españolas (cepillado incluido) y referendo– se ha alterado. Legalmente, pero con desfachatez. El TC ha hecho algo sin precedentes al enmendar un texto ya votado en referendo. Y la deliberación ha sido escandalosa: recusación de Pablo Pérez Tremps, no renovación reglamentaria de cuatro magistrados, y cuatro años de guerrillas del comandante Trillo (el del viento racheado). La sensación es que ha habido juego sucio. Como mínimo.

Y hay la lógica amargura. El PP ha hecho todo lo que ha podido contra la voluntad de Catalunya (predicando que la defiende). Y Zapatero ha sido un mal defensa. Para alguien que se había comprometido con el Estatut «que saliera de Catalunya», el nombramiento de Manuel Aragón Reyes solo pudo ser una ligereza. Muchos catalanes sienten que media España es contraria y la otra media se despista. ¿Para qué, pues, España? Mi generación (teníamos 30 años en el 78) apostó por la Catalunya plena en España que prometían la Constitución y el primer Estatut. Entonces solo Heribert Barrera lo vio diferente. Los que tienen ahora 30 años quedarán marcados por la voluntad del «macizo de la raza» de Ridruejo (por suerte, no del Parlamento español) de no aceptar a Catalunya como quiere ser. Malo para Catalunya y una derrota de España porque solo alimenta la tentación soberanista.

Pero priorizar la independencia –legítimo– nos puede distraer de lo decisivo: ser dos naciones complementarias, modernas y competitivas en el mundo globalizado. Lo sensato es exigir que se cumpla el pacto político del Estatut (Montilla), lo que puede llevar a renovar el pacto constitucional (Mas-Duran). Pero ojo porque Rajoy no es Suárez. Y detrás no está Martín Villa, sino la maja Aguirre. Hay que empujar con la cabeza fría. En 1932, el Parlamento azañista se cargó parte del Estatut de Núria (ya aprobado en referendo). El president Macià no le hizo ascos. Merece reflexión.