Dos miradas

Una carta

Sé lo que se siente cuando, marginado del entorno que te acoge, falto de libertad, recibes una misiva del mundo exterior

La cárcel de Estremera, hoy, a media tarde

La cárcel de Estremera, hoy, a media tarde / XABI BARRENA

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Recibo una carta desde Estremera. Está fechada el 22 de noviembre y me llega ahora. En el momento de abrirla, a punto de hacerlo, tengo un escalofrío. Espero un instante que sea más amable. Es la respuesta a un escrito que envié hace semanas. Quiero pensar que recibir cartas en prisión debe ser una experiencia memorable. De hecho, lo puedo asegurar. Sé lo que se siente cuando, marginado del entorno que te acoge, falto de libertad, recibes una misiva del mundo exterior. Un mensaje sencillo o una larga explicación de las cosas que pasan en el mundo mientras tú estás fuera de ese mundo. No es tan importante lo que dice la carta como el instante en que un funcionario, un vigilante, anuncia que una de las cartas es para ti. Palpar lo que ha venido de fuera hacia el interior de tu dolor, de tu desarraigo, es un estallido efímero (porque sabes que no podrás resistir mucho tiempo antes de descifrar su contenido) pero a la vez muy intenso. Epidérmico y sabatino, en el sentido de vigilia eufórica que Steiner otorgaba al adjetivo. O de incertidumbre ante todo aquello que aún no llega.

Tengo sobre la mesa la carta que viene de Estremera. El que está afuera ahora soy yo. Él, cuando escribe, está encarcelado. Necesito aquella ceremonia, la misma de entonces, la demora, a fin de formalizar una comunión que, siendo solo epistolar, se me presenta con espiritual hondura. La abro. Veo en ella una caligrafía decidida y musculosa. Líneas rectas en una cuartilla sin cuadricular.