El 'procés' acaba con la AEM

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Antonio Sitges-Serra

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Como cirujano universitario he estudiado a fondo por qué se dan complicaciones postoperatorias graves, e incluso mortales, que son potencialmente evitables. Desde mi punto de vista, como el de otros investigadores de la materia, la conclusión es unánime: una complicación catastrófica, una muerte postoperatoria, son casi siempre el resultado de una serie encadenada de errores que acaba teniendo un mal fin, y no de un único accidente azaroso. Eso, exactamente, es lo que ha sucedido con el suspenso que nos ha dado Europa en la AEM; una materia en la que hace tan solo un año teníamos asegurado el sobresaliente. Suspenso, además, a la primera ronda, es decir, con muy mala nota.

El inicio de la secuencia de errores que ha terminado con la esperanza de que la AEM radique en Barcelona, se remonta a unos tres meses atrás, cuando al novato y chaquetero señor Antoni Comín, se le ocurre lanzar la idea de crear la Agència Catalana del Medicament para sancionar o cuestionar las decisiones de la AEM. Claro, la 'conselleria' de Sanitat no podía quedarse atrás en la creación de estructuras de Estado; era imprescindible mostrar músculo independentista en un Govern ya por entonces ampliamente fanatizado. Esa fue la magna contribución de un 'conseller' que, gesticulaciones aparte, ha sido un visto y no visto en la sanidad catalana. Por entonces, nuestros competidores empezaron a ver una luz al final del túnel que representaba la sólida opción barcelonesa.

Lejos de mejorar la situación, la irresponsable incitación al voto ilegal del 1-O y los disparates que siguieron, sumados a la deplorable reacción policial, ofrecieron la peor de las imágenes que han generado Barcelona y Catalunya en las últimas décadas. Lejos de pasar de puntillas sobre el asunto, la independencia hizo fútil uso de los medios de comunicación para recabar el apoyo de Europa frente a la “agresión franquista”. 

Fiasco. El 'procés' no solo no se internacionalizó, sino que empezó a resultar francamente molesto para las cancillerías europeas. Nuestros competidores no es que vieran ya la luz al final del túnel, es que habían alcanzado la salida y el paisaje pintaba mejor que nunca. El tercer (auto)golpe, ya mortal, lo acabó dando hace pocos días –no podían escogerse mejores fechas para animar a Italia, Eslovaquia y Holanda-- nuestra inefable alcaldesa, al romper el gobierno de la ciudad poniendo fin al pacto con un PSC solvente, por un auténtico “quítame allá esas pajas”. Absoluta falta de realismo político en aras de una exquisita equidistancia que las próximas elecciones castigarán con dureza. Una puede ser todo lo asamblearia que se quiera, pero lo que no puede es justificar políticamente lo que constituye un flagrante error. Debería irse y adelantar las elecciones municipales.

Decía Emil Cioran que el tiempo nos hace ver el lado positivo de las catástrofes. Los vecinos del Poblenou hemos recibido la noticia con cierto descanso porque la AEM en Torre Glòries dispararía la ya creciente gentrificación del barrio que, por cierto, parece ser un tema menor sobre la mesa de Colau y Pisarello.