Revolución digital más humanista
La tecnología debe ir de la mano de la ética para que la transformación sea en beneficio de todos
El Mobile World Congress se ha convertido en un gigantesco ecosistema que muestra durante cuatro días las tendencias de un futuro que ya es presente. Los robots, los gadgets futuristas, los objetos conectados entre sí, la inteligencia artificial, el big data, o la realidad virtual no son nada de forma aislada. Pero su integración masiva y acelerada en la sociedad configura una revolución equiparable a las tres anteriores ocurridas en el curso de la humanidad, descritas por el economista Robert Gordon, uno de los mejores historiadores económicos actuales.
La primera, entre 1750 y 1830, trajo el vapor y el tren. La segunda, entre 1870 y 1900, la electricidad, el motor de combustión, el agua corriente, los cuartos de baño interiores, las comunicaciones, la fotografía, la radio y el cine. Y la tercera, entre 1960 y el presente, ordenadores, internet, y telefonía móvil. Todas las revoluciones anteriores comportaron crecimiento económico y mejora de las condiciones de vida de las personas. Aunque también sacudieron el status quo existente. Solo hace falta recordar el ludismo, el movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX en protesta contra las nuevas máquinas que destruían el empleo. Cuando apareció la televisión también se generó una corriente apocalíptica en contra de una tecnología llamada a terminar con la lectura y la vida familiar.
Sin embargo, no todos los avances de la sociedad han tenido la misma repercusión en términos de mejoras sociales. Los antibióticos, el agua corriente y el motor de combustión fueron infinitamemte más revolucionarios que la realidad virtual o el internet. A la simple pregunta de qué se escogería, vivir sin agua corriente o vivir sin conexión a internet, la respuesta masiva es obvia: sin internet.
La revolución actual está generando el cambio de las reglas del juego a nivel planetario y comporta retos muy importantes. En el lado positivo está el empoderamiento del consumidor y del usuario, la democratización de la generación de nuevas empresas ya que se pueden iniciar nuevos negocios con mucha menos inversión y capital, la desaparición de intermediarios poco eficientes, la facilidad de comunicación desde cualquier punto remoto del planeta, tan solo por mencionar ventajas muy evidentes.
En el lado negativo se sitúan riesgos evidentes relacionados con la aparición de grandes monopolios tecnológicos opacos, la pérdida de puestos de trabajo de baja cualificación a causa de los robots, la caída drástica de la recaudación de impuestos por la eclosión de la economía colaborativa o la utilización de los datos de las personas de forma masiva y organizada.
La diferencia con otros revoluciones es que esta avanza mucho más deprisa por su potencia de crecimiento exponencial y obligará a adaptar las legislaciones y las normas a mucha más velocidad. No se pueden poner puertas al campo. Pero tampoco es cierto que todas las innovaciones supongan un progreso. La tecnología debe ir de la mano de la ética para que la transformación sea en beneficio de todos.
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