A aquellos que auguraban el final de la fotografía

El niño sirio Aylan Kurdi, ante un guardacostas en la playa de Turquía a la que llegó su cadáver.

El niño sirio Aylan Kurdi, ante un guardacostas en la playa de Turquía a la que llegó su cadáver.

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Dicen que la fotografía se está muriendo. No tiene futuro. Es ya algo anticuado. Finiquitado. Dicen que el internet está matando al papel, a los diarios, a la letra, a la imagen, a las fotos. Dicen que el video, el móvil, ha aniquilado la imagen fija. Pero no recuerdo quien fue, y poco importa, que escribió "entierra un verso y nacerá una imagen". Una foto.

La foto golpea. Y duro. La imagen puede con todo. Incluso en el nuevo siglo. Incluso en el 2015. Discutimos si debíamos o no publicar la foto de Aylan tumbado en la playa como si fuese la última gota de mar, como si fuese nuestra última vergüenza. Pero ni satélite, ni internet, ni wasap, ni móvil, ni televisión, ni nada. Pura imagen, el renacer de ese verso.

La imagen fija, la foto, jamás morirá porque es lo único que nos golpea la conciencia. Y esa foto y muchas más, nos sitúan en el peor lugar posible: suspirando por nuestro dolor, idiotas, mezquinos, porque nos hemos cortado con un hoja de papel y nos escuece, mientras miles, ya son millones, de seres buscan refugio en cualquier rincón del planeta, huyendo de lo peor del ser humano.

Aylan en video, Aylan en internet, Aylan en un wasap, Aylan en Instagram, Aylan en facebook no es lo mismo que Aylan en la portada de todos los periódicos del mundo. Todo el dolor (y vergüenza) que provoca esa imagen demuestra que la vida es en color pero las fotos son en blanco y negro. Porque es ese contraste el que nos pone contra la pared y nos demuestra que lo que nosotros curamos con una tirita no sirve para detener ese mar de lágrimas que nos llegan tras la ola que empujó a Aylan hasta la orilla.

Los que podemos deberíamos de movernos ¡ya! y no mirar el corte de nuestro índice sino la luna que señala ese dedo. Es ahora cuando nos damos cuenta de lo felices que somos y lo poco que hacemos por los demás. Esa foto nos delata. Y no es un video, ni internet, no un mísero wasap, ni siquiera una bella imagen de Instagram o el mensaje de Facebook. Es el cuerpecito de Aylan diciéndonos que somos demasiado ricos para ayudarle.