CRÍTICA DE CINE
'En realidad, nunca estuviste aquí': la ética del martillo
Lynne Ramsay propone en su último filme una especie de revisión más austera y cruda de 'Taxi driver' de Martin Scorsese
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Aerolito extraño, como la habría definido Jacques Rivette, en el cine británico contemporáneo, la realizadora Lynne Ramsay propone en su último filme una especie de revisión más austera y cruda de 'Taxi driver' de Martin Scorsese.
No es un 'remake' ni una variación o reinterpretación. Tampoco hay redención calvinista en su texto. Ramsay es aún más epidérmica que el director de 'Malas calles'. De ahí la perturbación de 'En realidad, nunca estuviste aquí': todo en este filme resulta más inquietante con menos elementos. Paroxística, muy violenta, pero de otra manera a cómo entiende y plasma la violencia el cine estadounidense, quizá desconcertante, transgresora.
Es la historia mínima de un exmarine, Joaquin Phoenix, dedicado a su cruzada personal. De día intenta evitar sus pesadillas recurrentes, filmadas como flashes atronadores en los que aparece, entrevista, la violencia salvaje que ejerció su padre cuando era niño. Vive de manera aislada y solitaria, agarrado al mundo a través de su madre, otro personaje desconcertante en un mundo en permanente equilibrio.
De noche, aunque a veces también de día, cuando haga falta, salva y libera a mujeres, adolescentes o niñas explotadas sexualmente. Lo hace armado de un martillo que compra para cada ocasión: atávico con convicción. El último cometido le enfrenta a una durísima realidad: debe rescatar a la hija de un político sin saber de las perversiones de ese mismo político. La corrupción de menores, presentada de manera lacerante, es el trasfondo para un vía crucis personal nada alejado de Scorsese y Paul Schrader, pero planteado en otros términos cinematográficos.
Uno de ellos es el trabajo sobre la banda sonora, tanto la música, percutante, obra de Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead y colaborador habitual de Paul Thomas Anderson, como el alto voltaje de su sonido. Así son los ruidos en la realidad dolorida del personaje magníficamente interpretado por Phoenix, premiado en Cannes, como galardonado fue el guion de la película. Lo merecía también la dirección: una puesta en escena del abismo más insondable.
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