CRÍTICA DE CINE
'John Wick: Pacto de sangre': expeditivo, lacónico... legendario
La fisicidad es una de las mejores armas del regreso del estoico asesino a sueldo, con tiroteos cuerpo a cuerpo, a bocajarro, en una coreografía visual de nuevo apabullante
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
En un momento de 'John Wick (Otro día para matar)', incomprensiblemente inédita en salas en nuestro país'John Wick (Otro día para matar)', un individuo le dice a otro: “No es lo que hiciste, sino a quien se lo hiciste”. Ese 'quien' es Wick, un asesino a sueldo de lo más expeditivo, forjado entre los mercenarios urbanos y lacónicos de Walter Hill y los de Jean-Pierre Melville. Todo el primer filme es un acto de venganza. ¿De quién se venga Wick, un tipo legendario que infunde miedo con su solo nombre? De los que le robaron el coche y mataron a su perro, aunque ya antes perdió a su esposa y, con ella, las ganas de vivir.
Tres años después de aquel filme tan expeditivo como lo es su protagonista, realizado al alimón por David Leitch y Chad Stahelski, llega una segunda entrega, 'John Wick 2: Pacto de sangre', dirigida ya en solitario por Stahelski. Pero el estilo, la atmósfera y el minimalismo del relato son los mismos, solo que aumenta la ración de acción. Más, y mejor.
Wick vuelve a ponerse en contacto con los que detentan el poder del sindicato de los asesinos en el hotel de lujo donde un somelier vende armas. También hay una red de mendigos que no son lo que parecen. Y unos objetos dorados y crípticos, los marcadores, que deben ser honrados según un código no escrito que acerca a los asesinos modernos del filme a los samuráis de antaño.
La fisicidad es una de las mejores armas del filme. Los tiroteos son cuerpo a cuerpo, a bocajarro: el protagonista, encarnado por un estoico Keanu Reeves, dispara a menos de un metro de sus adversarios, uno detrás de otro en una coreografía visual apabullante. Porque la película no da respiro al igual que su personaje: Wick es como un organismo que no piensa demasiado sino que actúa, sea con una pistola, los puños o al volante de un coche. Conciso, parco y seco.
El sofisticado y silencioso asesino a sueldo pasa por las imágenes defendiendo lo que es suyo o vengándose de alguien. Siempre hay alguien de quien vengarse. El tiroteo en las catacumbas es como un buen videojuego, mientras que el acoso entre Wick y uno de sus antagonistas en unas escaleras mecánicas, disparándose con silenciador sin que ningún transeúnte se perciba de lo que está ocurriendo, es una de las mejores escenas del cine de acción contemporáneo.
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