Guerra fratricida a pequeña escala

Fèlix Herzog, Julio Alonso y David Solans protagonizan 'A cada Rey su merecido', una denuncia de la absurdidad de los conflictos armados en el Versus Teatre

Julio Alonso y David Solans en 'A cada rey su merecido' (Versus Teatre).

Julio Alonso y David Solans en 'A cada rey su merecido' (Versus Teatre). / periodico

ADRIANA VALERO DENGRA / BARCELONA

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A algunos puede que les sepa a sal en la herida aún abierta de la Guerra Civil. Otros quizá encuentren ecos igualmente punzantes del conflicto de los Balcanes. Incluso habrá quien vea reflejadas sobre el escenario las barbaries que han teñido de sangre la historia reciente de Oriente Medio. ‘A cada Rey su merecido’ propone una exploración universal de las guerras fratricidas, sin concreciones geográficas ni temporales, a partir del absurdo enfrentamiento que separa a dos hermanos. Del 3 de enero al 6 de febrero, el Versus Teatre se convierte en una pequeña casa en ruinas a través de la cual Fèlix Herzog, autor del texto, ha querido narrar una gran epopeya bélica con tono y estilo de tragedia clásica. Bajo la batuta de Oscar Molina, el propio Herzog, David Solans y Julio Alonso encarnan esta historia familiar que denuncia el sinsentido de perseguir la muerte ajena bajo cualquier bandera.

En esta alegoría de las guerras fratricidas dibujada a partir de tres personajes, Herzog interpreta al primogénito de la familia, protector y autoritario, que mantiene una relación de altibajos con su hermano menor, a quien da vida el televisivo Solans (‘Merlí’). En medio del conflicto, Julio Alonso encarna al abuelo retirado de la gran ciudad que actúa como mediador. Un veterano de guerra con problemas con el alcohol que, pese a jugar el rol de árbitro, tiene una clara predilección por uno de sus dos nietos.  

UN MISMO LEMA

Aunque la obra sitúa al espectador ante un escenario dividido entre dos bandos aparentemente opuestos, Herzog matiza que el texto “no se posiciona a favor de una ideología”. Por el contrario, a lo largo del montaje los límites que separan a estos grupos antagónicos -“los reales” y “los rebeldes”- se van diluyendo paulatinamente hasta el punto en que se hace patente que ambos “combaten con el mismo lema”. “La obra juzga quien alza la mano”, remarca su autor, para erigirse como “un grito pacifista” en un contexto en el que los  enfrentamientos –a todos los niveles- se nos presentan como parte de la cotidianidad.

Con esta primera incursión en el género teatral, Herzog, de 23 años, sube al escenario la visión de una generación que “a menudo olvida que la guerra le queda más cerca de lo que puede parecer”. Un tema recurrente en las sobremesas con sus abuelos, reconoce, que le inspiró hace unos años a escribir el texto que contiene ciertas reminiscencias del papel pacificador que jugó su bisabuela en un hogar dividido por el franquismo. En este sentido, Molina destaca el “compromiso y la madurez” del autor y recuerda que, pese a que “no hay ninguna obligación artística para dar soluciones a la injusticia que nos rodea”, en el mundo del teatro “late la necesidad de un compromiso con la sociedad”

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