análisis

Las úlceras del pasado

Jorge Semprún, entre Mario Vargas Llosa (izquierda) y el editor de Tusquets Antonio López Lamadrid.

Jorge Semprún, entre Mario Vargas Llosa (izquierda) y el editor de Tusquets Antonio López Lamadrid.

Domingo Ródenas

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Sería falaz separar la dimensión literaria deJorge Semprúnde su condición política e histórica. Su militancia comunista, muy activa hasta 1962, y su paso por el campo de concentración de Buchenwald desde 1943 hasta la liberación en 1945, están profundamente hundidos en la carne de su obra hasta el extremo de convertirse en el hueso de la misma. A un lector que no haya leído nada suyo yo le pondría en las manosEl largo viaje yLa escritura o la viday le advertiría que va a asistir a la metamorfosis de la autobiografía en memoria colectiva pero, sobre todo, al testimonio en carne viva de la lucha por decir con palabras lo que se resiste a ser pensado o recordado.

Ambos libros se escribieron en francés porque era la lengua literaria deSemprún(con un par de salvedades), lo que no impidió que para los franceses siempre fuera unécrivain espagnol. En francés hubo que leerEl largo viajedesde 1963 hasta que se tradujo en 1976, un año antes de que ganara el Planeta con la autoficciónAutobiografía de Federico Sánchez. Este «largo viaje» editorial fue distinto del que narraba la novela y que conducía en cinco noches de miedo y hacinamiento en un vagón de tren hasta el infierno de Buchenwald, donde se le marcaría como rotspanier, un «rojo español» (con unaSinscrita en un triángulo rojo). Aquella novela no se nutría de la imaginación sino de unos recuerdos reprimidos durante 18 años, dolorosos como un cristal clavado en el pecho y ocultos como una úlcera vergonzante. Gérard, el protagonista, ni siquiera era unalter egodeSemprún: era su nombre de guerra hasta su detención por los nazis.

Por primera vez pudo escribir sobre lo vivido, sobre la culpa de poder recordarlo y sobre la necesidad de olvidarlo para salir adelante. Hasta entonces, escribir sobre ello implicaba abdicar de la vida y no hubo más opción que el silencio. Mucho tiempo después lo explicaría enLa escritura o la vida(ya en 1995), pero para entonces la disyunción era un signo de identidad: escribir se había revelado el único modo de vivir con la memoria del pasado. El horror sumergido en el cerebro es solo un poso negro que no alecciona a nadie. La literatura le permitió aSemprún sacarlo a la luz y mostrarlo como una pavorosa infección de la Historia contemporánea.