Fukushima no ahoga la pasión por el surf

Numerosos bañistas acuden a la playa de Toyama para deslizarse sobre las enormes olas que se forman cerca de la nuclear japonesa accidentada

Un surfista se desliza sobre las olas en la playa de Toyoma, a 50 kilómetros de la central nuclear de Fukushima.

Un surfista se desliza sobre las olas en la playa de Toyoma, a 50 kilómetros de la central nuclear de Fukushima. / IK/yhh

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Arena blanca, sol radiante, olas imponentes: la playa de Toyama ofrecería un marco ideal para los surfistas llegados a primera hora de la mañana para deslizarse sobre el aguas... si no se encontrase a 50 kilómetros de la accidentada planta nuclear de Fukushima. "¡Por supuesto que puede parecer un poco insensato, pero para nosotros lo importante son las olas!", sonríe Yuichiro Kobayashi, mientras contempla a treinta surfistas que se entrenan pese a las noticias inquietantes.

El miércoles pasado, la empresa que gestiona la planta nuclear destruida, Tokyo Electric Power (Tepco), admitió que una parte del agua altamente radiactiva que se filtró de un tanque podría haber desembocado en el océano Pacífico. Aún más alarmante fue cuando confesó unas semanas antes que cada día habían ido a parar al mar 300 toneladas de agua subterránea contaminada.

Surfista durante treinta años y militante de una asociación de preservación del litoral, Kobayashi proporciona regularmente muestras de arena y agua de mar de la zona a la Escuela Técnica Superior de Fukushima para que las analice. El agua es segura, de acuerdo con los estándares japoneses.

Según los últimos informes publicados, antes de que la última fuga,un litro de agua marina contiene 2,95 becquerelios de cesio-137 y 3,27 becquerelios de cesio-134, con una tasa acumulada de 6,22 becquerelios por litro. Las autoridades japonesas consideran seguras las aguas de baño cuya radioactividad es inferior a los 10 becquerelios de cesio por litro.

"Estoy preocupado, pero no lo suficiente como para no surfear", dice Naoto Sakai, de 31 años, que llega a medirse con las olas al menos tres veces a la semana. "Si tuviera que preocuparme de lo que como, donde vivo, me estresaría demasiado. Trato de no pensar demasiado en eso".

Respeto a los muertos

En la playa de Toyama ha estado prohibido surfear durante un año desde el accidente nuclear de marzo del 2011, después del terremoto de magnitud 9 frente al archipiélago y el subsiguiente tsunami. El litoral conserva los efectos de la ola gigante, como restos de casas destrozadas que han sido medio engullidos por las malas hierbas. Un cartel ruega a los bañistas que no armen bulla por respeto a los difuntos.

Al final, en marzo del 2012, las autoridades consideraron superada la contaminación radioactiva y reabrieron la playa de Toyama. Poco a poco volvieron a algunos surfistas, pero el lugar, que llegó a acoger competiciones internacionales, solo era frecuentado por los vecinos. 

Toshihisa Mishina, de 42 años, comenzó a surfear el año pasado, más o menos tranquilizado por los distintos niveles de contaminación publicados en los medios de comunicación. Pero no hay duda de que su hijo de 12 años le imita.

"Me preocupo por los jóvenes, porque están más expuestos que los adultos", dice antes de entrar en el agua.

Kobayashi, que posee una tienda de artículos de surf, espera con impaciencia los resultados de las mediciones realizadas después de la última fuga de Fukushima, pero este cincuentón necesitaría un cataclismo para que renunciase a su pasión.

"Las olas no están demasiado bien hoy", dice mientras se peina su melena canosa. "No hay problema, volveré mañana".