CRÓNICA

Tomás abre la última puerta

El mito desató el delirio con dos orejas y un rabo 'interruptus' en su primer toro

JOSÉ CARLOS SORRIBES

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Poco antes de las ocho de la noche ya oscurecía en la Monumental en el día de su ocaso. José Tomás se dirigió, con paso solemne, hacia los medios. Había matado a Abandito, su segundo toro, y quiso despedirse a su manera de la afición de Barcelona. Desmonterado, hizo una reverencia y giró aplaudiendo a ese público al que tanto ha cuidado en su carrera. Fue uno de los momentos cumbre de una tarde de toros de alto voltaje simbólico, la última en Catalunya, pero que en el ruedo se desarrolló con un guión más bien previsible. Incluida una ganadería, la de El Pilar (Salamanca), que presentó toros con esa estampa y condición que tanto agradan a las figuras.

José Tomás, el mito, el deseado, y Serafín Marín, el torero de casa, abrieron la puerta grande y salieron a hombros por las dos orejas que cortaron en uno de sus toros. Tomás desató el delirio en el segundo de la tarde en un público que ardía en deseos de aplaudirle, de corearle y de elevarlo, una vez más, a los altares. La euforia fue tan grande que hasta le llegaron a cortar el rabo a un toro de embestida noble y continua.

El presidente no lo había concedido e impuso su ley, contra el fervor popular, y el rabo se quedó en manos del alguacilillo. Pero Tomás había toreado como ansiaban los 20.000 aficionados. Desde el primer encuentro con el toro, con unas verónicas que fueron in crescendo hasta una media de cartel, hasta cuando citó al animal en largo en una faena edificada sobre el toreo al natural.

MANO IZQUIERDA / «Toro, bonito, eee». Con esa frase animaba Tomás a Guantero, un astado al que pronto le vio recorrido el diestro de Galapagar. Se llevó la muleta a la mano izquierda, citó de lejos y el toro allá que se fue. «Hay que cargar, José», decía un purista desde el tendido. Queja solitaria. Tomás ligó los naturales en tres series con aroma de la mejor tauromaquia en algunos instantes. El torero se gustó y se recreó con un amplio catálogo de pases. Dos afarolados, un gran cambio de mano, un trincherazo y una serie de abrochados molinetes adornaron su labor y llevaron al público donde quería estar. Los espectadores se partían las manos de aplaudir.

Cuando cogió la espada, Tomás sabía que no se le podía escapar la puerta grande. Se volcó sobre el animal y logró la ansiada estocada. Éxtasis en la Monumental.

Menos bondad, y presencia, tuvo su segundo toro. Hasta el punto de que en el primer tercio no hubo toreo de capote. Brindó al público Tomás, que le vio esta vez al astado más posibilidades por el pitón derecho. El torero estuvo por encima de un toro que se quedó siempre a medio camino, por lo que faltó emoción y continuidad. Aun así, dos pinchazos y un aviso frenaron la petición de una oreja que el público, sin duda, hubiera exigido.

Era el día del diestro de Galapagar, pero Serafín Marín peleó por ponerse a su altura en la plaza de su tierra. El torero de Montcada se reivindicó en su segundo turno, el que cerró la plaza, después de mostrar más voluntad que clarividencia en el primero. Se desquitó en el sexto con una faena basada en la mano derecha. Le dio distancia al toro y logró la templanza y ligazón precisas entre olés de su gente. Marín es un buen tallo y no falló con la espada amparado en su estatura.

No tuvo la suerte de sus colegas el veterano Juan Mora, que mostró oficio, mando y gusto en su primero. Pero falló con el estoque y se quedó sin premio. Algo que su segundo toro, una ruina, tampoco le permitió.