JOAN ÀNGEL LLIBÈRIA. GARNACHA BLANCA EN LA TERRA ALTA

Un tesoro cercano a la extinción

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FOTOS: JOAN REVILLAS Y MARC VILA

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La mitad de las viñas de garnacha blanca que hay en el mundo están en la Terra Alta, una DO con capital en Gandesa de tradicionales vinos blancos de tonos melocotón. «Le llamaban la uva del miedo, porque se oxidaba muy pronto», recuerda Joan Àngel Lliberia, propietario de la bodega Edetària, el principal recuperdor de esta variedad, que se encuentra también en el Empordà y el sur de Francia. «Es la uva que mejor se adapta y se expresa con nuestra climatología, y nos permite ser singulares y diferentes», afirma.

La garnacha blanca y la garnacha peluda estaban hasta no hace mucho en peligro de extinción, con pocas hectáreas cultivadas, porque «decían que daban vinos asilvestrados, con poco color, pero era un reto», señala. Ahora Lliberia elabora tres tipos de vino: uno con cepas de 80 años, plantadas por su abuelo, que es la estrella de la bodega; otro de 40 años, con viñas plantadas por su padre, con una parte de viognier, y un monovarietal de viñas jóvenes.

La fe de Lliberia en la garnacha blanca llega al punto de pagarse la selección y clonación de muestras de sus cepas para poderlas replantar sin tener que incorporar material genético de otras zonas del mundo. «Aquí hay quien está plantando garnacha blanca de California, que es fenotípicamente diferente y que está evolucionada en otros ambientes. Estamos buscando viveristas que tengan ganas de multiplicar las nuestras, que tienen entre 60 y 80 años», afirma.

Lliberia asegura que en el extranjero la garnacha blanca tiene mercado, como en Suiza donde la complejidad de un vino blanco es muy apreciada, aunque la premisa para cultivarla, dice, no han de ser las modas. «Las cosas hay que hacerlas porque uno crea en ellas. La garnacha blanca aporta cosas chulas a un vino. El vino al final está para beber y para obtener placer, más allá de orígenes», insiste.