Historia de un salvamento

Ángeles con tablas de surf

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GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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El coche de delante cruzó la riera sin ninguna dificultad. Se hundió parcialmente en el agua, alcanzó el margen opuesto y prosiguió la marcha. Teresa pensó que con su vehículo pasaría lo mismo. Acababa de desatarse uno de los peores aguaceros que se recuerda en Vilassar de Mar (Maresme), y ese 12 de octubre por la tarde urgía llegar a casa cuanto antes. Puso primera y los neumáticos delanteros entraron en contacto con el torrente. Pisó más el acelerador y las dos ruedas patinaron.

Empujada hacía el mar, encerrada dentro de un coche sin control, tuvo la sensación de que tal vez había llegado su hora. Ese mismo día y en una riera muy cercana, un vecino de Mataró falleció exactamente de este modo, cuando su vehículo se empotró contra un puente y el agua lo cubrió hasta ahogarlo. El de Teresa, en cambio, pasó por debajo de otro puente y llegó hasta el mar. Donde embarrancó unos instantes, a unos veinte metros de la orilla. 

Teresa abrió una ventana y sacó medio cuerpo fuera, sentada sobre la puerta y asida al techo del coche. Desde allí observó a un hombre que ya se había movilizado para rescatarla. “Pedía una cuerda e iba de un lado para otro”. No apareció ninguna cuerda. Impotente, al ver a la mujer sola, se lanzó al agua. Cuando llegó hasta ella, el hombre ya había tenido tiempo de comprender que las ganas de ayudar lo habían traicionado. Se agarró al coche y miró a la mujer. “No nos dijimos nada”, explica Teresa. Los dos sabían de sobras que, salvo esperar un milagro, no podían hacer nada más. No hubo un milagro. Fueron dos. 

MEDIA HORA ANTES

Raúl es nadador de aguas abiertas y adicto al surf. Las mismas lluvias torrenciales que preocupaban -con razón- a los técnicos de Protecció Civil de la Generalitat a él le convocaron a una cita ineludible con su pasión en la playa de Vilassar. Sobre las siete de la tarde, dio por finalizada la sesión. 

Dejó la tabla sobre la arena y observó incrédulo como el temporal había anegado el paso subterráneo de la vía del tren. “Vi también un coche (el de Teresa) con los intermitentes encendidos dentro del mar”. No le dio importancia porque es habitual que la crecida de la riera se lleve algún vehículo mal aparcado. Pero no lo es tanto que haya personas dentro. "Había poca luz y llovía intensamente", recuerda. Se sentó y, mientras esperaba a que surgiera una posibilidad para salir de aquel trozo de arena rodeado de agua, creyó oir un grito débil. Agudizó el oído: “¡Auxilio!”. Afinó la mirada y vio que algo se movía entre las olas: el hombre que había intentado rescatar a Teresa. 

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Llegó a nado junto al hombre. Raúl se dio cuenta de que estaba asustado. Se mantuvo a unos metros de distancia porque sabía que los nervios podrían ahogarlos a los dos. “Le pedí que se calmara y que nadara hacia mí”. El hombre obedeció. En cuanto estuvo lo bastante cerca, Raúl lo agarró del brazo y lo llevó hasta un banco de arena, donde hacía pie. Estaba “fatigado” pero estaba “bien”. Hubiera podido ahogarse "sobre todo por culpa del pánico". 

EL TERCER ÁNGEL

Teresa, tras ver como la corriente había vencido al primer hombre que se había lanzado a socorrerla, entendió que tenía que luchar. “No piensas en morir, piensas en sobrevivir”, relata. Se quitó el abrigo, el bolso, la cartera, “todo”. Abandonó el coche y se puso a nadar. La superficie estaba llena de cañas y restos de basura. “Me sumergía y sacaba la cabeza para respirar”. Al salir de una de estas inmersiones, divisó la figura de un surfista, enfundado en traje de neopreno y echado sobre la tabla. “Me dijo que me acercara”. Teresa se aproximó y el surfista la sujetó a su plancha. Juntos salieron del agua. Lo primero que quiso saber Teresa fue donde estaba el hombre que había intentado salvarla en primer lugar. “Está bien, lo ha sacado otro surfista, tranquila”, le dijeron.

EL PERIÓDICO, tras recibir una carta de un lector en la que pedía que se reconociera el valor de los tres hombres que arriesgaron la vida esa tarde, ha localizado a Teresa y a Raúl y los ha reunido. Cuando la mujer ha visto al surfista, lo ha colmado de besos. Los dos se han prestado a este encuentro porque quieren encontrar a los otros dos héroes que siguen siendo anónimos en esta aventura. Una historia que Teresa pide que sea solo de “agradecimiento”. Porque las personas, cuando quieren, “hacen cualquier cosa por ayudarse”.