UN PROYECTO SANITARIO QUE FUNCIONA

Resurrección en Sants

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Médicamente hablando, el instante es angustioso: el hombre está tendido en el suelo, azul porque se está ahogando y rojo por la sangre, porque se rompió la nariz al desplomarse, y alrededor se ha juntado la multitud consabida y en el centro de la expectativa están las hermanas Schröder, Elena y María, haciendo lo que les dijeron que debían hacer. «Nos habían dado las nociones básicas -explica más tarde Elena-. El cursillo nos lo dan este mes». Parece que el hombre se ahoga. La mala suerte es que el infarto lo ha sufrido en la estación de Sants, caminando por el vestíbulo, sanitariamente hablando en medio de la nada. La buena es que eso no es cierto, o no del todo cierto: a 10 metros de donde se ha desplomado se encuentra el local de las hermanas Schröder, la Farmàcia de l'Estació, y allí, junto a la puerta, con su aspecto de artilugio espacial, colgado en la pared, está lo que este hombre precisa para seguir viviendo: un desfibrilador.

«Eran las siete menos cuarto. Casi las siete de la tarde, creo. Nosotras estábamos en la farmacia cuando entraron dos personas y nos pidieron que llamáramos una ambulancia. Lo hicimos, y enseguida salimos a ver qué pasaba, y cuando vimos cómo estaba el señor cogimos el desfibrilador. Teníamos un poco de miedo, nunca nos habíamos visto en esa situación, y tampoco nunca habíamos usado un desfibrilador. Pero luego no fue tan complicado». Antes de hacer cualquier cosa llamaron a emergencias -lo ordena el protocolo- y anunciaron que tenían un desfibrilador, y que iban a usarlo. «Es información para los que vienen en la ambulancia, tienen que saber que lo has utilizado». Entonces, básicamente, se pusieron en manos de la máquina.

Una máquina parlante

«Si no fuera por el desfibrilador, ese hombre hoy no existiría», celebra Xavier Vilda, gerente de Barcelona Salud. La asociación de médicos barcelonesa está en el origen de la iniciativa -y a la cabeza de la iniciativa su entusiasta presidente, Josep Brugada-, que pretende dotar de un desfibrilador al millar largo de farmacias de la ciudad antes del 2017. A la de l'Estació, una de las 30 que forman parte de la primera fase de implantación del proyecto -otras 120 tendrán su propio artilugio antes del verano-, le ha correspondido la distinción de ser la primera que muestra en toda su elocuencia la utilidad de la idea. Nada menos que salvar vidas.

Era un momento de tráfico en la estación de Sants cuando el hombre cayó al suelo. Un usuario de la red de Cercanías, que iba o venía, no se sabe. Los síntomas externos eran alarmantes («no solo estaba azul, con la cara cubierta de sangre; también tenía la mandíbula desencajada»), y parecía la clase de accidente («cardiaco, aunque nunca se sabe») hecho para poner a prueba el desfibrilador. «Lo bueno es que son máquinas inteligentes, lo hacen casi todo ellas», explica Vilda.

Nerviosas, las dos farmacéuticas se dejan guiar. La máquina les habla, les dice en todo momento qué hay que hacer. «Le pusimos los electrodos al paciente y la propia máquina le hizo un electro, para comprobar que el problema era cardiaco. Y después: 'Pulse el botón rojo para aplicar descarga', y eso hicimos. Por suerte había una enfermera que pasaba por allí y le hizo el masaje cardiaco, y eso fue lo que pasó, descargas y masaje cardiaco hasta que la ambulancia llegó». La máquina hace en total tres descargas. Al final, entre las farmacéuticas, la enfermera y el desfibrilador logran que reanimar luego al paciente sea una tarea más sencilla. «Eso nos dijeron, al menos».

Unas 4.000 personas mueren anualmente en Catalunya víctimas de un infarto fulminante, y la idea del proyecto es salvar entre 125 y 150 de estas vidas cuando todos los desfibriladores estén instalados. «De momento, ya salvamos la primera», dice Vilda. El paciente amaneció ayer en la UCI del Hospital Clínic. Se está recuperando.