ALTERNATIVAS A LOS TÓXICOS
Plástico de naranja
Michele Catanzaro
Periodista
Michele Catanzaro
De vez en cuando, hay un laboratorio en el Institut Català d’Investigacions Químiques (ICIQ) en Tarragona que desprende olor a naranja. Son los días en los que los investigadores Nicole Kindermann, Àlex Cristòfol y Arjan Kleij están sintetizando el poli(limoneno)dicarbonato.
Este polímero de la familia de los policarbonatos se fabrica a partir de desechos: el dióxido de carbono (CO2), principal culpable del cambio climático, y pieles de cítricos. Casi sin producir residuos, los tres químicos sacan de estos compuestos el ingrediente básico de un plástico que, en las primeras pruebas, ha manifestado propiedades aún mejores que sus equivalentes comerciales.
Sin bisfenol-A
Una ventaja indiscutible sobre aquellos es que no incorpora el bisfenol-A. En junio, la Agencia Europea de Substancias Químicas (ECHA) clasificó esta substancia como dirsuptor endocrino. Es decir, tóxico para las hormonas humanas y probable causante de cánceres y problemas reproductivos, entre otros. Ya hace años que los científicos alertan sobre este compuesto, que se solía emplear en fabricar biberones. Además, los plásticos con bisfenol-A se producen a base de combustibles fósiles y precisan para su síntesis del venenoso fosgeno.
“Nuestro grupo está interesado en fabricar materiales a base de reciclar CO2”, afirma Kindermann. Los investigadores hallaron en la literatura científica indicios de que el limoneno, un aceite contenido en la piel de naranjas y de limones, se puede combinar con el CO2 para fabricar polímeros.
Su receta emplea óxido de limoneno y añade en el proceso una molécula de CO2 más que las empleadas en las recetas anteriores. “De esta manera, conseguimos que la cadena del polímero [la molécula tiene forma de cadena] tenga partes rígidas”, explica Kindermann. Esto permite que el material tenga una consistencia competitiva con otros polímeros.
Setenta bolsas de naranjas
Pendiente de un cálculo exacto, la investigadora estima que un kilo de polímero se puede producir con 250 gramos de CO2 y las pieles de 150 kilos de naranjas (una setentena de bolsas de naranjas del supermercado). Esas pieles se tirarían de todas formas. “Incluso si se quería producir bioetanol de ellas, habría que extraer el limoneno para que el proceso funcionara”, explica Kindermann.
Otra ventaja del polímero es que la temperatura a la que se vuelve blando es de unos 180 grados, 30ºC más de los policarbonatos basados en bisfenol-A: esto ampliaría su rango de aplicaciones. “Hemos tenido contactos con fabricantes de plásticos, que requieren de nuestro polímero como un ingrediente potencial. Uno de nuestros contactos ya ha desarrollado un proyecto de pequeña escala”, explica Kleij.
Mari Cruz García-Gutiérrez, química del Instituto de Estructura de la Materia (CSIC) de Madrid, no implicada en el proyecto, considera que un producto con estas características podría tener un gran impacto. Sin embargo, apunta que, además de las propiedades térmicas, hay que investigar las mecánicas (resistencia a la ruptura, capacidad de doblarse) y que además las plantas industriales deberían cambiar parte de sus maquinarias para producir el polímero a gran escala. Kindermann y Kleij le dan la razón y admiten que hay mucho trabajo por hacer, pero afirman que el grupo ya está en ello.
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