El padre de Asunta carga contra el juez instructor y desafía al fiscal

Alfonso Basterra, en un momento de su declaración, ayer.

Alfonso Basterra, en un momento de su declaración, ayer.

MANUEL VILASERÓ / SANTIAGO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si Rosario Porto afrontó su declaración asumiendo el papel de madre doliente y humilde, su exmarido optó por la táctica opuesta. El ataque como mejor defensa. En tono arrogante, aunque sin levantar la voz en ningún momento, Alfonso Basterra aprovechó ayer cualquier resquicio del interrogatorio para arremeter contra el juez instructor, el fiscal y algunos medios de comunicación. A todos los culpó de su «injusto» encarcelamiento, pero no supo justificar que apareciera Orfidal en cantidades letales en el cadáver de su hija y que las pruebas demostraran que meses antes se le suministraron  también fuertes dosis.

El día anterior, Porto había abierto la puerta a que su ex pudiera haberle dado las pastillas a Asunta durante la comida que los tres compartieron en el domicilio del padre unas horas antes de producirse la muerte. «Pudo tener la ocasión cuando fui al baño», señaló. La primera pregunta que le formuló ayer el fiscal Fernández de Aránguiz a Basterra fue en esa línea. «El día de los hechos, ¿usted le dio Orfidal a su hija?». «Por supuesto que no», respondió con vehemencia. Ni se las dio ese sábado ni en ninguna otra ocasión, aseguró. El letrado de la acusación popular, Ricardo Pérez, fue más allá y le preguntó cómo se explica entonces el resultado de la pruebas. «Me enteré en prisión y todavía no salgo de mi asombro. Tráigame a la persona que lo hizo si usted sabe quién es», le devolvió la pelota Basterra.

LA CAJA DESAPARECIDA / El fiscal había esbozado una explicación razonable. El padre había adquirido, supuestamente para dárselas a su exmujer, varias cajas del medicamento que sumaban 125 pastillas, pero ella solo reconoció haber consumido «algún Orfidal suelto». Una vez compró consecutivamente dos cajas y su explicación fue que su exmujer había extraviado la primera, aunque reconoció que a la farmacéutica le dijo que «se la habían robado». Tal vez fueran esas pastillas sobrantes las que acabaron siendo suministradas a la pequeña.

El fiscal recordó que en la única declaración efectuada por Basterra durante la instrucción del caso, este admitió que le había dado «unos polvos blancos a la niña» en alguna ocasión, pero ayer se retractó y justificó esta contradicción en su estado alterado. «Llevaba seis días llorando sin parar, había sido detenido ante mi perplejidad y me había pasado dos días en un calabozo en el que no dormiría ni una rata. Entenderá que yo no estaba en unas condiciones ni tan siquiera mínimas para hacer una declaración coherente. Si me hubiesen preguntado si era hijo del papa Francisco, habría dicho que sí», respondió en lo que solo fue el principio de una retahíla de reproches.

EXIGENGIAS / Al fiscal le exigió que no volviera a mencionar la palabra «cadáver» para referirse a Asunta y le reclamó que fuera capaz de tener la «mínima empatía» con alguien que ha perdido a un hijo. «Usted no sabe lo que es perder un hijo, ni se lo imagina, es algo tan terrible que no se lo deseo ni a mi peor enemigo», le espetó, y poco después masculló, casi inaudible: «Hipócrita de mierda».

Contra el juez instructor, José Antonio Vázquez Taín, esgrimió una conversación con un guardia civil que, según relató, le confesó: «Mire, llevamos una semana investigándole y quiero que sepa que no tenemos nada contra usted, pero quien manda es su señoría». Pese a todo el juez, prosiguió Basterra, no solo le encarceló sino que proclamó que «nunca había visto un caso tan claro».

También lo acusó de haber cometido «irregularidades» en la investigación y de haber protagonizado las filtraciones a los medios de un sumario que era secreto. Ridiculizó, además, a los agentes que habían registrado su piso. «Vamos,vamos esto tenemos que registrarlo rápido», aseguró que decían, y así no hallaron ni el ordenador portátil ni el móvil que meses después él entregó.

El acusado, periodista, tenía reservada su venganza para sus compañeros de profesión. Calificó de «estercoleros» los programas televisivos matinales y a uno de ellos lo acusó de poner en peligro su vida al tildarle de pederasta por las fotos de la niña vestida de bailarina de ballet. «Se me pusieron aquí», dijo señalándose la garganta. «Os podéis imaginar qué pasa en la cárcel si creen que eres pederasta».