los efectos de la crisis en los COLECTIVOS más vulnerables

Niños pobres cada vez más pequeños

Unos niños del 'esplai' de Esclat, en L'Hospitalet, se divierten durante el verano

Unos niños del 'esplai' de Esclat, en L'Hospitalet, se divierten durante el verano

VÍCTOR VARGAS LLAMAS
L'HOSPITALET DE LLOBREGAT

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A sus 3 años, Mario acaba de hacerse mayor. Un trance que le sobreviene con camiseta de Pacman y calzoncillos de Pokemon, sin más parafernalia para tan magno evento. Es el pragmatismo propio de los niños. Bueno, eso y haber sufrido dos episodios de incontinencia en una mañana. Nada que no se solvente con la solemne proclamación de madurez que él mismo le hace a la monitora para ganarse su confianza y continuar jugando, ya sin muda de recambio, en el esplai del centro Esclat, en el barrio de Bellvitge de L'Hospitalet de Llobregat.

Casi nada detiene a Mario y a sus pequeños cómplices para colmar sus ansias de diversión. Sin embargo, hay casos en los que incluso estos pocos ingredientes serían impensables sin la mediación de Esclat -integrado en la Fundació Pere Tarrés- y de otros centros socioeducativos que garantizan que los niños no deban hacerse mayores demasiado pronto. Allí traducen los dramas y frustraciones del mundo de los adultos en un pequeño oasis para los menores. Dramas y frustraciones que van a más. «En los últimos dos años se ha incrementado la demanda de casos que llegan derivados de servicios sociales», explica Mariló Aneas, coordinadora del centro abierto y del esplai.

Del año pasado al actual, el casal de verano ha debido ampliar en 30 plazas su oferta para niños, de 340 a 370, de los que casi una tercera parte, 111, lo hacen como becados ante el riesgo latente de exclusión social. Cifras en sintonía con los 2.306.000 niños españoles que viven bajo el umbral de la pobreza, según los datos del último informe elaborado por Unicef.

En los 16 años que Aneas lleva en el centro, seis de ellos ejerciendo como coordinadora, «nunca hasta ahora», confiesa, había detectado una situación «tan deteriorada» como la que sufren cada vez más familias. Una desdicha que degenera hasta el punto de asomar al abismo de la pobreza a víctimas cada vez más jóvenes. «Lo habitual era que los chavales enviados por las autoridades tuvieran 9, 10 u 11 años. Ahora cada vez hay más y más casos de niños de 3 y 4 años», expone la responsable de Esclat, que acoge a chicos de hasta 16 años.

MENOS DINERO POR NIÑO / Y tras los niños, no tardan en aparecer los padres, ellos sí, plenamente conscientes de la magnitud de la tragedia. «Vienen a secretaría a desahogarse, a decirte que no pueden pagar las actividades del niño porque les rebajan la renta mínima de inserción, que acaban de quedarse sin trabajo, que necesitan ayuda», expone. Otra vez Unicef certifica las necesidades: el gasto por niño que realizan las administraciones públicas españolas pasó de 5.040 euros el 2010 a 4.268 el año pasado. Como consecuencia, la Pere Tarrés ya concedió la última semana de junio el 46% más de becas de casal y esplai que en todo el verano pasado

Las familias ilustran la devaluación de las ayudas y el consiguiente desgaste de una crisis que dura demasiado. «Se detectan más problemas emocionales entre los padres. Frustración, estrés, depresión... Repercute en la forma de educar a los hijos». Un factor de riesgo que justifica la intervención de estas entidades y la readecuación de su oferta. «Aplicamos la terapia familiar para estimular la comunicación familiar y minimizar el impacto al niño», dice Aneas. Cambiar dinámicas en el hogar, evitar que cuando los niños se queden a dormir en el centro una pequeña dé las gracias a un monitor por despertarle con música, «acostumbrada a los gritos de sus padres», expone la educadora.

DETECTAR Y ACOMPAÑAR / Agradecida estará también Julia si en su primer día de comedor encuentra sobre la mesa su plato favorito. «Hamburguesa con patatas», suelta, flanqueada por Fátima y Pol, sus cicerones gastronómicos, todos ellos con nombres ficticios. Más aún lo estarán sus padres, aliviados al ver que alguien asume la comida de Julia y de sus cuatro hermanos al cerrar el comedor escolar.

Y es que las necesidades no dan respiro ni por vacaciones. «Cada vez hay más hogares que comparten piso, una familia por habitación, y que deben tirar del banco de alimentos. Los servicios sociales no dan abasto y el problema se cronifica», dice la pedagoga. Ahí intervienen las oenegés y su labor de detección y acompañamiento. Uno de los últimos diques que pueden evitar que la exclusión social convierta a los niños en adulto antes de tiempo.