Gente corriente

Natalia Kim: «La vida es un libro y quiero ver cómo acaba»

Puede que sea la primera sueca que aterrizó en los 70. Ahora camina por una orilla sombría, pero su vida ha sido rutilante.

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NÚRIA NAVARRO

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En 1975, Natalia Kim (Lomma, Suecia, 1955) dejó un trabajo de ejecutiva en su país y partió con su novio rumbo a Ciudad del Cabo (Sudáfrica) al volante de un Jaguar. Pero se les acabó la gasolina, el dinero y el amor en Barcelona. Franco expiró y ella fue la primera sueca que se instaló en la ciudad. Aquí siguió la aventura: salió en una portada de Interviú, rodó un wéstern con Fabio Testi, ha sido una reportera de las buenas, salió de copas con Maradona, desayunó con Anthony Queen. Y jamás ha dejado de sonreír, y de aprender. Ni siquiera ahora que el cáncer y las deudas la zarandean.

-Hace cuatro años mi padre, muy mayor, me pidió que volviera a Suecia. Alquilé mi piso a la hija de unos vecinos, y dejé mi velero bien amarrado. Mientras cuidaba de él hasta que murió, a los 96, noté que mi inquilina no pagaba. Al volver, me instalé en el velero. Y me detectaron un cáncer de mama.

-¿Operable?

-Demasiado avanzado. Tengo metástasis en medio cuerpo. En septiembre del 2014 me arrastré hasta el Hospital del Mar muerta de dolor. Los médicos me prohibieron vivir en el barco, y al solicitar que me devolvieran mi piso la Generalitat me comunicó que mi pobre inquilina necesitaba un sitio donde vivir. ¿Adónde iba? Los servicios sociales, desesperados, intentaron meterme en un geriátrico y luego en un centro de maltratadas.

-No era ni anciana ni maltratada.

-Al final un amigo de 86 años me ofreció una habitación. En verano murió y tuve que buscarme otro techo. Después de cotizar 40 años, cobro una pensión de 634 euros y pago 700 euros de la hipoteca de mi piso,  400 de alquiler del actual y ya no tengo el velero, porque hice dación en pago.

-¿Tiene para comer?

-El ayuntamiento me envía los lunes, miércoles y viernes un menú. Y me salva la herencia del 50% de una masía en Sant Cugat que me legó mi exmarido, malvendida.

-Siempre vivió sin un solo apuro.

-Vivía en un sobreático espléndido en Via Augusta y me enamoré de un hijo de la alta burguesía. Aun así, trabajé de mecánica de motos (¡reparé las de la Guardia Urbana siendo una inmigrante ilegal!). Al final, para regularizar mis papeles, nos casamos. Nos dieron el primer expediente matrimonial de los 80. La historia duró tres años.

-¿Qué pasó?

-Coincidió el encargo de mi primer reportaje, en Tarragona, con el 40º aniversario de mi marido. A mi suegra no le pareció bien que me fuera y, al volver, me encontré la maleta, el estéreo y mis periquitos en la redacción. Mi marido me pidió volver, pero a las suecas solo se las echa una vez.

-Y usted, que no la para ni Neuer, adelante.

-Saqué la exclusiva del síndrome del aceite tóxico, hice reportajes en Hollywood y monté dos empresas: la editorial Zona 10 y High-Frequency Marketing, con clientes como el  Salón Erótico de Barcelona, el Reial Club Marítim, la Volvo Ocean Race. Pero también he tenido mis momentos...

-Momentos ¿malos?

-Sufrí dos violaciones en 24 horas, en dos países y por dos hombres distintos. La primera fue un cliente que me contrató para viajar con él como intérprete. Volví como pude a Barcelona y me metí en la cama. A las cinco sonó el interfono y vi el rostro de una buena amiga. Abrí y se metió un tío que no conocía. Era su novio, cabreado porque había aconsejado a mi amiga que lo dejara. Pasé 14 horas con un cuchillo en el cuello, sometida a todas las vejaciones imaginables.

-Ni aquello ni el cáncer turban su sonrisa.

-Yo veo la vida como un libro y tengo curiosidad por saber cómo acaba. Estoy escribiendo una novela que no sé si veré publicada. Pero morir no me preocupa. Y cuando suceda, que nadie llore, porque he tenido una vida extraordinaria.