Análisis

La maldición de nuestro tiempo

Conocemos los síntomas de la depresión pero sabemos poco de sus causas porque sospechamos que tienen que ver con nuestro modo de vida

REYES MATE

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La peste de nuestro tiempo no es el sida, ni siquiera el cáncer, sino la depresión. Por la amplitud de los afectados, por la profundidad de sus males, por la resistencia que ofrece a su conocimiento, y, por tanto, al diagnóstico acertado y a la terapia salvadora, la depresión es el mal de nuestro tiempo. Las cifras de la OMS son mareantes: el mal afectaría a unos 350 millones de seres humanos; en España, un millón y medio, aunque quienes hayan tenido que ver en algún momento de su vida con esta enfermedad, doblaría la cifra. Un mal que es psíquico y fisiológico; que deprime y paraliza, sin causas aparentes, pero que crece exponencialmente. Conocemos sus síntomas pero sabemos muy poco de cómo operan sus causas porque sospechamos que tiene que ver con nuestro modo de vida y eso es inabarcable.

Es una enfermedad nueva pero que viene de antiguo. Todavía a principios del siglo pasado se trataba a los enfermos deprimidos como «melancólicos» y hay que esperar a los años 70 para que aparezcan las primeras publicaciones científicas que alertan sobre la gravedad y novedad del padecimiento. Los depresivos no son «melancólicos». Su tristeza no proviene de un estado de ánimo pasajero, sino que es una dolencia del alma y del cuerpo. La melancolía y sus sinónimos (la acedia, por ejemplo) tenían en el pasado su punto de glamur. Aristóteles la relacionaba con la genialidad, por eso esperaba del filósofo un toque melancólico. Para Petrarca, la acedia casaba con tristeza pero con el añadido de que el afectado tenía el don de sacar placer de la tristeza. Nada de esto tiene que ver con la depresión que es destructiva y paralizante.

El valor del tiempo

Este mal es una maldición porque en su origen tiene que ver con lo más valioso de nuestra sociedad o, mejor, con lo que más valoramos, a saber, el tiempo. La depresión tiene línea directa con el estrés. Nunca como ahora ha sido verdad que el tiempo es oro. Es la materia prima más valiosa por eso la hemos convertido en la variante más importante del beneficio. Genera tanta riqueza que no podemos dejar un segundo improductivo. A esos beneficios el sistema no está dispuesto a renunciar. Cada sociedad tuvo y tiene su tiempo. El de los antiguos era pausado porque tenía como referente la velocidad del ser humano o la del caballo. Luego los referentes fueron la velocidad del barco o la del tren o la del avión. Las sociedades iban acelerándose y valorando más el tiempo ahorrado. El modelo de nuestro tiempo es la velocidad de internet (que es la de la luz). Todo debe ser instantáneo. No hay tiempo que perder. Y eso vale para la comunicación pero también para la producción económica y para la vida o convivencia. La riqueza mundial se ha multiplicado gracias a la aceleración del tiempo pero al precio de matar la cultura del tiempo libre. No sabemos qué hacer con él, por eso pasamos del estrés al aburrimiento, incapaces de no hacer nada mientras disfrutamos del tiempo. Por eso es tan difícil combatir la depresión. Habría que desacelerar el ritmo y aprender a disfrutar del tiempo. Eso, en el sistema capitalista, es sencillamente impensable.