DEFENSORES DE LA SANIDAD PÚBLICA

Los guerreros de Bellvitge

Unos 200 ancianos ocupan el CAP desde hace cinco meses día y noche para exigir la reapertura

Un grupo de los vecinos de Bellvitge encerrados en el CAP La Marina juegan a las cartas para pasar la tarde, el jueves.

Un grupo de los vecinos de Bellvitge encerrados en el CAP La Marina juegan a las cartas para pasar la tarde, el jueves. / periodico

ÀNGELS GALLARDO / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Una pareja de Mossos d'Esquadra llama cada tarde a la puerta del local que ocupó el centro de asistencia primaria (CAP) La Marina, de Bellvitge, en L'Hospitalet de Llobregat, y pregunta si puede pasar. Los 20, 30 o 50 de los 200 vecinos que se turnan en la custodia del local de su antiguo centro de salud, clausurado por los recortes de la Generalitat, dan las buenas tardes y, tras un «¡Adelante, adelante!», dan a los agentes la información que vienen buscando. Los policía quieren saber si los encerrados, hombres y mujeres de una media de edad de 68 años, prevén cortar esta tarde la Gran Via con pancartas, cacerolas y altavoces, seguidos por más de mil vecinos del barrio, porque, en tal caso, los mossos les abrirán el paso, detendrán el tráfico y los flanquearán a lo largo del recorrido de la protesta. Para evitar percances.

«Cuando éramos jóvenes, nosotros cortábamos la Gran Via, ahora nos la cortan los mossos», comenta con un punto de ironía Jesús Nieto, uno de los encerrados, de 68 años. La última acción de este tipo tuvo lugar el pasado viernes. No hay semana que no tenga su corte de tráfico.

Hace cinco meses que comenzó esta ocupación pacífica. El de La Marina es el último y único CAP de Catalunya --de los más de 60 que han sido objeto de recorte parcial o total-- en el que los vecinos mantienen viva sin interrupción la reclamación del centro sanitario perdido. No han abandonado el CAP ni un solo día desde que el pasado 27 de octubre se fueron, para no volver, los sanitarios que lo atendían. Y están decididos a conseguir que la Conselleria de Salut devuelva al centro los siete médicos de familia y nueve especialistas que trabajaban allí hace un año.

BORRADO DEL MAPA / El CAP La Marina, borrado del mapa sanitario de la Generalitat durante la implacable ejecución de la rebaja presupuestaria del 2011, absorbía la demanda médica de unos 15.000 vecinos de un barrio en el que viven más de 35.000, contando los 4.000 que no están censados. Ahora todos han de ir al consultorio de la calle de la Ermita, un centro que no alcanza la categoría de CAP, donde las visitas médicas han pasado a tener entre 15 y 30 días de demora, explica Francisco Polonio, de 69 años, veterano en el encierro de La Marina. «Cuando este centro funcionaba, el médico te veía de un día para otro», relata Polonio. «No nos vamos a ir de aquí hasta que nos devuelvan lo que es nuestro, hasta que traigan otra vez a los médicos de cabecera y a los especialistas que tanto nos costó conseguir». «Si caemos nosotros, detrás cae el modelo de la sanidad pública», prosigue, mientras la veintena de vecinos que lo rodean enumeran los motivos de la ocupación, en un ambiente calmado pero rotundamente unido y determinado a llegar hasta el final.

Los ocupantes, o encerrados, del CAP La Marina entienden que se trata de «una lucha» en defensa de un sistema sanitario público que llevaron a Bellvitge con sus manos, a pulso, en 1973, empeñados en disfrutar de un consultorio médico decente. «Tenemos la impresión de que Boi

--todos saben que se trata delconsellerde Salut, Boi Ruiz-- cree que somos unos abuelos que un día de estos se cansarán y dejarán que este local se llene de oficinas, como pretende». «Pero con Bellvitge se ha equivocado --interviene Jesús Nieto, otro ocupante--. Estaremos aquí todo el tiempo que haga falta».

ALCANTARILLAS Y ASFALTO / «Nuestro lema esNi un paso atrás.Seguiremos adelante. Tenemos muchos años de experiencia», asiente José Bermúdez, de 68 años, que espera, sentado junto al resto del grupo, a que lleguen los que faltan para empezar la partida de cartas de cada tarde. «¡Resistiremos!», exclama, desde atrás, Josefa Torralba --«llámame Pepa»--, una mujer popular en el barrio por la valentía con que décadas atrás defendió, como el resto de encerrados, el derecho a tener alcantarillas, semáforos, asfalto, bordillos, un apeadero de tren y un CAP. «Porque aquí nos lo hemos tenido que ganar todo --advierte Polonio--. Cuando llegamos, hacia el año 1968, esto era barro; barro y tablones para cruzar la calzada». «Las cloacas estaban al aire, las calles no tenían asfalto y aún querían seguir levantando bloques de pisos --prosigue Jesús Nieto--. Para conseguir cada una de esas cosas, y que se dejara de construir, fueron necesarias muchas luchas». «Boi no sabe cómo se lucha en Bellvitge», reitera Francisco Polonio.

Se definen como «personas mayores, pero fuertes». Quien no está tan fuerte, porque ya tiene 90 años, no sale a cortar la Gran Via, pero se queda custodiando el local. En cierta forma, este conjunto de estimulantes hombres y mujeres con las ideas muy claras ha vuelto a la juventud.

COMER Y DORMIR / El CAP La Marina está en una plazoleta a la que se accede por un pasaje paralelo a la rambla de la Marina. No es muy visible, pero todo el barrio lo conoce. Decenas de sábanas, colgadas de los balcones, informan del conflicto. Las primeras semanas de ocupación, cuando aún no había turnos de guardia, el local no se dejaba vacío ni para ir a casa a comer. «Uno bajaba un cocido, la otra hacía una tarta, una tortilla de patatas, un embutido... comida no faltaba», recuerda Jesús Nieto. Aún disponen de la nevera y el microondas que pertenecía al CAP, más las mesas. Su situación es muy peculiar: el Institut Català de la Salut (ICS), propietario del local, no les ha cortado la luz, ni el agua, ni la calefacción. Alguno de sus interlocutores --negocian con el ayuntamiento, con la Conselleria de Salut y con el Parlament-- les ha dicho, no se sabe si para desmoralizarlos o animarlos, que pueden ocupar el local del CAP durante toda esta legislatura, es decir, hasta finales del 2014. «Todos se portan bien: los mossos, los del ICS, los del ayuntamiento... todo son buenas palabras, pero solución, ninguna», resume Bermúdez. Tienen muy presente lo que quieren, y no parecen dispuestos a sucumbir entre tanta amabilidad hueca.

Los vecinos más jóvenes, los que se quedan a dormir, han llevado sus colchones. Cada cual lleva su manta y sus sábanas. La puerta del CAP se cierra a las doce de la noche y se abre a las ocho de la mañana, para que los encerrados vayan a casa a darse una ducha tras saludar al relevo. Hace un mes, permitieron que el ICS instalase en la primera planta del centro aparatos oftalmológicos con los que unas enfermeras realizan pruebas diagnósticas. «El ICS nos presionó un poco --dice Polonio--. Decían que si no les cedíamos esa planta aumentarían las listas de espera de los enfermos de los ojos que han de hacerse esas pruebas». «No viene ningún médico, y esto es provisional. Nosotros queremos recuperar a los médicos y los especialistas», insiste. Esta cesión, no obstante, podría interpretarse como una pequeña victoria de los encerrados. La intención inicial del ICS era destinar las dos plantas del CAP a oficinas. El pasado miércoles, entregaron alconsellerRuiz una carta en la que le piden lo mismo que hace cinco meses: que vuelvan sus médicos.