Los calcetines en llamas

El incendio de Òdena no provocó daños personales pero se llenó de historias tristes a su paso

Entereza 8Mari Angels Nadal junto a la leña quemada que guardaba para el invierno.

Entereza 8Mari Angels Nadal junto a la leña quemada que guardaba para el invierno.

MAYKA NAVARRO / MAIANS

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A Joan Montané se le incendiaron los calcetines. A sus 81 años, con muletas por culpa de una rotura absurda del tendón de la pierna izquierda, el payés combatió las llamas el domingo con cubos de agua mientras Pilar Selva, su mujer, no soltaba la manguera. Son los vecinos más antiguos de las cuatro familias que viven en las afueras de Maians y a las que el fuego les lamió literalmente la cara.

En el garaje de su casa, ayer estaban a la venta los últimos tomates de Montserrat de su huerto chamuscado. A un excelente precio para ser cosecha casera. «Si uno se va de su casa. ¿Qué le queda?», reflexionaba Joan, con otros calcetines puestos.

La casa, que Pilar no dejó de regar el lunes para ahuyentar las cenizas y el olor a quemado, comparte vecindad con la masía restaurante Cal Frare. Moisés Carulla y Gloria Vilaseca daban de comer a una treintena de personas cuando detectaron una columna de humo. «Toda la vida pensando que era un valiente y el domingo me pudo el miedo. Pensaba en esos bomberos, profesionales, que mueren atrapados por las llamas».

Moisés y Gloria reabrieron ayer su restaurante, que se mantiene como una isla del buen comer en un mar de cenizas y pinos muertos. Un matrimonio amigo se acercó al mediodía y Moisés compartió con ellos como fueron esos momentos en los que tuvo que asumir la responsabilidad de qué hacer. A su restaurante se llega por una única carretera estrecha serpenteada que las llamas engulleron. «Había demasiada gente aquí dentro. Hicimos lo correcto. Cerrar y mandar a todo el mundo a su casa», resuelve.

Por un momento debió de pensar en todo lo que pudo haber pasado, porque su rostro era de inmensa tristeza. «Escriba por favor nuestro agradecimiento a todos, pero especialmente a la ADF de Maians, que se jugaron la vida».

Valoración que ratifica Mari Angels Nadal, la otra inquilina de este islote de buenas masías en mitad del bosque. La mujer enterró hace un mes y medio a un hijo, primer teniente de alcalde de Igualada, que se le fue en cuerpo, pero que el domingo «nos protegió a nosotros y a esta casa que tanto amaba».

Cuesta entender como la mujer y su marido se mantuvieron firmes defendiendo la casa ante unas llamas que literalmente les rodearon y pulverizaron el jardín. «Mire, aquí en esta explanada habían mesas, sillas, una cancha de baloncesto, el patinete de un nieto y una casa de juguete de la nieta». No queda nada. Se ha pulverizado todo. «Cuando vi que las llamas entraban en el jardín pensé, guarda en el monedero las cuatro joyas que hay en casa por si tienes que salir corriendo». Y se quedó junto a los bomberos y voluntarios que aguantaron la refriega de unas llamas que casi chamuscan las gallinas de Ricard Plaza, el otro vecino.

Las gallinas son listas. «Les dejé la puerta abierta. Pero se agruparon todas. Debieron pensar que puestas a morir, mejor juntas». Ricard pasó el día refrescando los alrededores de Can Coix, la casa con huerta en la que vive tranquilo.

Los cambios de viento hicieron que pese a estar rodeado de llamas se salvaron los tomates, las berenjenas y unas calabazas que cosecha con mimo y esmero. También se salvó la encina que Marc Vila, el anterior propietario de la casa, plantó hace un montón de años y que ahora ofrece la sombra perfecta para la hamaca que acoge las siestas de Ricard. «Me hubiera fastidiado mucho si se quema esté rincón. Es mágico». Como el lugar

No se quemó. Ni ninguna de las casas de los 200 vecinos de la urbanización de Cal Esteve que fueron los únicos desalojados que durmieron el domingo en el pabellón de Sant Salvador de Guardiola.