LA BIODIVERSIDAD DEL MEDIO URBANO

Las 'otras' palomas

ANTONIO MADRIDEJOS / Barcelona

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No hace falta ser un experimentado ornitólogo para detectar que en calles, plazas y otros ámbitos del medio urbano es cada vez mayor la presencia de dos especies de paloma, o de la familia de las palomas, que hace apenas una década eran una auténtica rareza. Se parecen y hasta tienen hábitos compartidos con las palomas bravías domésticas -las grises de toda la vida-, como acudir con presteza en cuanto detectan migas de pan en el suelo y realizar vuelos a baja altura, pero no son lo mismo: una, la paloma torcaz o simplemente torcaz, es robusta y tiene un característico pico anaranjado, entre otras peculiaridades; la otra, la tórtola turca, es más pequeña y destaca por los tonos pardos o cenicientos de su plumaje, además de por su inconfundible canto gutural (u-u-u-u).

La expansión de la torcaz y de la tórtola en las ciudades de Catalunya, y en general de España, sigue procesos diferentes. La primera es una especie autóctona pero hasta ahora casi exclusiva de medios boscosos, donde puede llegar a ser abundante; la segunda, en cambio, originaria de estepas y cultivos de Oriente Próximo, Turquía y Pakistán, ha llegado tras colonizar buena parte de Europa en un proceso iniciado en el siglo XIX. La expansión es natural, no inducida por el hombre, pero obviamente obedece a la gran capacidad de ambas para adaptarse a los ambientes antrópicos y a una dieta cosmopolita. En definitiva, a sobrevivir como si fueran palomas bravías.

En todas las comarcas

Salvo avistamientos esporádicos, los primeros núcleos reproductores de tórtola turca en Catalunya se documentan a principios de los años 80 en el Maresme, Tarragona y Ripoll, pero la gran expansión empieza en la década posterior. La primera citación en España es de 1960 en Asturias.

Según datos del Institut Català d'Ornitología (ICO), la tórtola turca ya está consolidada actualmente en todas las comarcas, incluido el Vall d'Aran, aunque los núcleos principales se encuentran en la costa y algunas ciudades del interior, como Lleida, Manresa, Granollers, Girona y Vic. Marc Anton, especialista del ICO, explica que «las poblaciones han aumentado en Barcelona un 7% anual durante la última década, un ritmo solo superado por la cotorra de Kramer». Ni urracas, ni gaviotas, ni mirlos, ahora tan ubicuos, se aproximan en rapidez. La tórtola turca muestra predilección por zonas ajardinadas donde haya semillas y frutos de plantas herbáceas. «Antes criaba exclusivamente en árboles, pero ahora las hemos visto hasta en farolas», añade Anton.

La expansión de la torcaz en el medio urbano es también muy reciente. A diferencia de lo que sucede en los bosques, con numerosos ejemplares migratorios que vienen a pasar el invierno, en las ciudades es una especie sedentaria que se puede observar todo el año. «En Barcelona, su población se ha más que duplicado desde el 2002», prosigue Anton. En este sentido, el también ornitólogo Ricardo Ramos pone el ejemplo del parque de Diagonal Mar: «Hace una década no se veía ni una, pero esta primavera, en cambio, he llegado a contar hasta 24 ejemplares».

Según Ramos, las torcaces encuentran en las ciudades un ambiente óptimo -está prohibido cazarlas- y una gran disponibilidad de alimento: «En otoño se tragan las bellotas de encinas y alcornoques, un fruto que nadie más puede digerir, y en verano dan cuenta de las moras de las moreras. Aprovechan los recursos», resume. Las torcaces, eso sí, siguen creando sus nidos en ramas de árboles.

No hay motivos, al menos por ahora, para catalogar las tórtolas turcas y mucho menos las torcaces como aves invasoras porque no se tiene constancia de ninguna afectación reseñable sobre la fauna autóctona o sobre actividades humanas. Es más, Ramos afirma que es un error atribuir a la tórtola turca el descenso observado en las poblaciones de tórtola común, la autóctona, «puesto se trata de una especie migratoria y forestal que no entra en competencia con la turca, que en Catalunya es esencialmente urbana».