Gente corriente

Josep Marín: «Con latas de sardinas nos hacíamos un tren»

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CARME ESCALES

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En la iglesia del Carmen de Murcia, muy cerca de la estación de Murcia del Carmen, donde trabajaban sus abuelos, era bautizado hace 71 años Josep Marín. Cuando tenía 40 días de vida, a su padre lo enviaron a despachar billetes de tren a Catalunya. Y toda la familia se instaló en la colonia de Sant Vicenç de Calders. Construida para ferroviarios, ese fue su hogar 22 años. Creció jugando junto a las vías, con hijos de maquinistas o jefes de estación. Hoy pasa largas horas restaurando vestigios de trenes que circulaban mientras él aprendía a leer en un pupitre en la colonia.

Hijo, nieto y bisnieto de ferroviarios por parte de padre y madre. Su vida ha transitado también siempre junto a los trenes.

-¿Qué servicios tenían en la colonia? Había una tienda de ultramarinos, un bar, una escuela mixta y una pequeña capilla. Era como las colonias textiles junto a los ríos. Un manitas, que era operario de Renfe -Renfe fue a partir de 1941-, hacía reparaciones en las casas. Y por Navidad nos enviaban regalos, y algunos los llevábamos a niños ingresados en sanatorios o hospitales.

-¿Los niños cómo se entretenían? Hacíamos muchas barbaridades. Desenganchábamos vagones y tirábamos piedras al tren. Unos llevaban naranjas hacia Europa y, de vuelta, al parar en Sant Vicenç, saltábamos a recoger las que habían quedado. Y con latas de sardinas nos hacíamos un tren.

-¿Se ganaba bien la vida su padre? No mucho. Trabajaba por las mañanas y por la tarde construía radios y las vendía a ferroviarios y en pueblos vecinos para sacarse algo más. Todo el mundo tenía pluriempleo. En la colonia nació nuestro hermano pequeño. Éramos tres ya. Me acuerdo que vino la comadrona a casa.

-¿Qué más transportaban los trenes? Ganado. En Sant Vicenç aparecían muchos trenes, como los que traían vacas de Galicia a Barcelona. Como el viaje era muy largo, cuando paraban en la colonia íbamos a ordeñarlas, no podían retener la leche hasta Barcelona. Al llegar a Sants las hacían bajar los pastores por la calle de Tarragona hasta el matadero.

-¿Cómo era la escuela de la colonia? Uy, yo todavía vivo de lo que me enseñó la señora Hermínia, que era empleada de Renfe del Vendrell. Luego, con 10 años ya ibas a estudiar comercio o el bachillerato. Y con 13 fui a la escuela industrial de Vilanova i la Geltrú, y el 1 de agosto del 68 entré como agregado técnico de Renfe. Ganaba 12.000 pesetas al mes, el doble que mi padre. Con 29 años ya fui jefe de servicio.

-Tantas noticias sobre el mal servicio de Renfe hoy, ¿qué le hacen pensar? Durante 32 años yo también he sido usuario de Renfe Rodalies y siempre he pensado que el servicio no era tan malo, pero entiendo que cuando hay un problema no hay buenas alternativas. Es muy difícil gestionar, tenemos la misma red de cercanías que cuando se inauguró, en los años 40. Con la guerra, la red quedó destrozada. En Sant Vicenç hubo 101 ataques aéreos. En cambio, Madrid es otra cosa.

-¿Ha hecho grandes viajes en tren? Bueno, esa era una de nuestras ventajas. Pudimos hacer el viaje de novios en talgo a Madrid. Yo le dije a mi esposa: «Ahora comeremos en el restaurante, y si tienes que coger algo con las manos, lo haces, no pasa nada». Y de Madrid fuimos en coche cama a Murcia, a visitar a la familia y a ver el Mar Menor. Volvimos cargados de chorizos del pueblo. Cada verano los ferroviarios íbamos al pueblo en tren, a por suministros.

-Su vida nunca se ha bajado del tren... He crecido entre las vías, he jugado con ellos, he escrito sobre ellos -Sant Vicenç, molt més que una estació d'enllaç y Las locomotoras americanas del ferrocarril Valls-Vilanova- y ahora, con amigos jubilados y el Museu del Ferrocarril de Catalunya, en Vilanova, restauramos máquinas y lo que sea. Yo xalo con los trenes restaurados, soy muy forofo del tren, y lo que no sé lo busco.