Gente corriente

José Manuel Marín: «'Es un crack y no lo sabe', me dijo la profesora de canto»

De pastor de ovejas analfabeto en Albacete a cantante de ópera en Cerdanyola, su vida es una historia de cine.

«'Es un crack y no lo sabe', me dijo la profesora de canto»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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José Manuel Marín (Povedilla, Albacete, 1939) cumple al dedillo ese refrán que dice que «nunca es tarde si la dicha es buena». Analfabeto hasta los 18 años, se convirtió en el rey Midas del plástico. Y a los 50 descubrió a Mozart en la cama de un hospital. Como este vecino de Cerdanyola no conoce límites, ha acabado cantando ópera con una voz de tenor que no tiene nada que envidiar a los grandes.

-Empecemos por el principio.

-Era el menor de siete hermanos y no recuerdo haber tomado un vaso de leche. No había cumplido 8 años, cuando una mañana mi madre me despertó y me dijo que me fuera con mi segundo hermano, que era pastor de ovejas. Hasta los 12 anduve a campo abierto, con viento y lluvia, durmiendo sobre un pellejo y comiendo una vez al día, si comía.

-¿No fue a la escuela?

-Fui analfabeto hasta los 18 años, cuando llegué a Barcelona. Empecé de aprendiz en una casa de persianas hasta que me fui al servicio militar en Sant Climent. Allí pidieron a los reclutas analfabetos que dieran un paso al frente y yo ni siquiera sabía que significaba esa palabra.

-¿Le enseñaron a leer?

-Uno de los nietos de los de la Fabra i Coats me dio las primeras clases de mi vida. Y al terminar la mili, entré en la empresa Poliglás, cuyo primer accionista fue presidente de Autopistas y el segundo, una de las grandes fortunas de España. Hice carrera.

-Escaló todos los peldaños del éxito.

-Empecé vendiendo barcos y acabé convirtiendo en oro todo lo que tocaba. Encontré un filón con los antibala de metacrilato de los bancos. Y me dieron el 25% de la sociedad. Pero, con el tiempo, vi que entre los dos socios tenían 17 hijos y yo, solo dos. El reparto no me sería favorable. Les dije que me quería ir y, después de 53 años creando riqueza, me hicieron una faena.

-¿Ahí entra la ópera?

-Entré antes. A los 50 años me detectaron un tumor en el ojo derecho. Tenía relación con Barraquer padre -a quien le hice los quirófanos- me dijo que era muy grave. Tras la operación, estuve 30 días con los ojos tapados, hundido por primera vez en mi vida. Mi esposa me trajo una radio Aiwa y una madrugada, desvelado, oí una música que me limpió los malos pensamientos.

-¿Supo qué era?

-Le pedí a mi mujer que llamara a Radio Nacional y preguntara qué había sonado entre las dos y las tres de la madrugada, y averiguó que eran los Conciertos para piano 20 y 21 de Mozart. Con el alta en la mano, fui directo a comprar la colección completa. Y sin tener idea, me hice con un piano y salí de la Beethoven con 300 partituras pensando que las podría leer. Un día de junio pasé por la Escola de Música de Cerdanyola y me matriculé de piano.

-Una excelente iniciativa.

-Pero en septiembre el director me dijo que no había clases de piano y que me fuera a cantar. Me cabreé mucho (como empresario financiaba esa escuela de música, cosa que ellos no sabían), pero encaminé mis pasos al aula de canto. La profesora, que había sido solista en Dagoll Dagom, me hizo seguir una escala y la seguí. «¿Ha cantado usted antes?», me preguntó. «No». Fue subiendo tonos y la seguía. «No me engañe, ha cantado». Y yo «que no». «Pues es  un crack y no lo sabe», me dijo.

-¿Cómo se le quedó el cuerpo? 

-Busqué un profesor particular y enseguida pensé en dejarle algo cantado a mis cuatro nietos. Ahora, a los 77 años, he grabado el cuarto cedé. Donizzeti, Puccini, Nino Bravo, Leoncavallo... y un poema que le escribí a mi mujer en una servilleta, donde suelo anotar todos mis pensamientos.

-Un genio, usted.

-Un don nadie. Soy tan pobre que hasta soy feliz.