ENTREVISTA CON EL MÉDICO CIRUJANO

Joan Pere Barret: «No podíamos amputar una cara y después fallar»

El doctor Barret, en los pasillos del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, el pasado martes.

El doctor Barret, en los pasillos del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona, el pasado martes.

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

-Explíqueme algo, doctor: ¿siempre quiso ser médico?

-No, siempre no. Cuando era muy pequeño quería ser ebanista, como mi padre. Él tenía un local en la calle de Sant Guillem, justo detrás de Balmes. De niño iba con él algunas tardes y fabricaba mis propios juguetes. Me enseñaba a lijar la madera, a crear cosas con las manos.

-¿Qué ocurrió?

-Pues hubo un momento, hacia los 8 o 9 años, más o menos, en que me entró un deseo terrible de explorar, de saber más del cuerpo humano, y creo que en eso fueron determinantes los documentales de La 2, que entonces ni era La 2, era el canal UHF. Documentales sobre el cuerpo humano, programas sobre el primer trasplante de corazón. Fue ahí que supe lo que quería ser.

-Lo decidió pronto.

-A mí me gusta creer que a todos nos tocan con un dedo, que nos dan una especie de destino, de labor que hacer en la sociedad, algo que da sentido a nuestras vidas, y a mí el destino me llevó a ser médico. Y una vez que eres médico forma parte de ti, no te puedes desvincular de tu labor social, de proteger a la gente, de intentar darles cariño.

-¿Cariño?

-Calor humano, cariño. Yo con los pacientes trato de ser cercano, amable, cálido, y ¿sabe?, ellos se marchan agradecidos. ¿Y sabe otra cosa? A mí me duele. Por una parte es gratificante, pero por otra significa que su experiencia habitual no es esa.

-¿Y cirujano? ¿Cuándo decidió ser cirujano?

-Mire, eso a lo mejor viene también de mi niñez, cuando empecé a hacer cosas con las manos... Digamos que sabía que podía transformar cosas. Me pareció lo más natural. Me gustaba, y me gusta, la ciencia que hay detrás de la cirugía, que todo esto vaya más allá de la técnica quirúrgica. Y por algún motivo que, este sí, jamás podré comprender, decidí que quería ser cirujano de quemados.

-Y ahora es de los pocos, poquísimos cirujanos que han hecho un trasplante de cara. Y el único que ha hecho un trasplante completo.

-Sí, la vida me ha llevado por caminos y me ha dejado tomar una serie de decisiones que me han traído hasta aquí. No estaría aquí, por ejemplo, de no haber ido a Estados Unidos, donde en un par de años avanzas profesionalmente lo que en otro sitio tardas una década. Ahí te exprimen, te sacan no el cien por cien: el ciento cincuenta por cien.

-También estuvo en Holanda.

-Sí, y ahí tuve maestros pioneros de la microcirugía, personas que saben mucho, que me ayudaron a perfeccionar mi capacidad quirúrgica. Cada sitio en general me ha dado algo, y por suerte todo eso que me dieron he podido devolverlo aquí, en mi país, a mi sociedad.

-Hizo el primer trasplante completo de cara. ¿Qué se siente?

-El recuerdo que tengo es de una gran responsabilidad, pues teníamos en nuestras manos las vidas de dos personas: una que se iba, y que había hecho un gran acto de altruismo donando los tejidos de su cara. Aquello tenía que funcionar, no podíamos amputarle la cara y después fallar. Y estaba el paciente que había confiado en nosotros, que se jugaba la vida. La sensación fue de vértigo y responsabilidad.

-¿Cómo está Óscar?

-Muy bien. Ha podido seguir con su vida, y eso es lo que mide el éxito de la operación. Y habla, por cierto. Ya no hace falta mirarlo a la cara para saber lo que está diciendo.

-¿Tiene hijos, doctor?

-Una hija. Tiene 9 años.

-¿Y? ¿Quiere ser ebanista?

-No, no quiere ser médico. La sangre le disgusta bastante.