Un fenómeno creciente

Desmadre mortal

Unos turistas británicos pasean por la zona de bares de Punta Ballena.

Unos turistas británicos pasean por la zona de bares de Punta Ballena.

MARISA GOÑI
MAGALUF

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Dos jóvenes turistas extranjeros recién aterrizados asoman la cabeza en Punta Ballena bajo el sol de mediodía. La empinada calle, de apenas 800 metros, discurre pegada a la playa y está llena de locales con neones y bafles que nutren el desmadre de Magaluf, en el suroeste de Mallorca. En las noches de verano, allí se apiñan miles de jóvenes, la mayoría británicos y también numerosos escandinavos. Los recién llegados arrastran con una mano la maleta de ruedas y, con la otra, sujetan un vaso gigante de plástico lleno de cerveza al que van dando sorbos, mientras intercambian risas, alucinados por el espectáculo. Huele a orín y vómito, se pegan las suelas al caminar, pero es el lugar soñado por miles de adolescentes que desde la módica tarifa de 30 euros pueden disfrutar de rutas etílicas con barra libre y, como colofón, festines sexuales, supuestamente consentidos y libres. Y por solo cinco, de un par de horas de garrafón sin límite.

Con tanto desfase, algunos han tenido que hacer el viaje de regreso envueltos en una mortaja por el fenómeno conocido como balconing. Hace unos años, se empleaba esta denominación para quienes, en estado de embriaguez, perdían la vida al utilizar el balcón como trampolín para tirarse a la piscina o para pasar de una habitación a otra, intentando ahorrarse unos pasos. Los últimos episodios han ampliado el campo de acción y la casuística, aunque el exceso de ingesta de alcohol sigue siendo una constante, según la Guardia Civil. Un joven danés de 20 años falleció el pasado domingo cuando se precipitó al vacío a las cuatro de la madrugada desde el balcón de un hotel al que había acudido para acompañar a una joven que había conocido en la noche loca de Magaluf. A pocos metros, otro joven británico de 22 años salvó el viernes la vida de milagro, tras caer de un tercer piso cuando intentaba entrar en su apartamento por una ventana. No tenía llaves y sus amigos no le oían. Al percatarse, sus colegas llamaron a la ambulancia y siguieron durmiendo la mona hasta que a mediodía les despertaron las cámaras de televisión. Pocas horas después, otro joven alemán quedó malherido al caer de un balcón del Arenal, una zona en la que se concentra sobre todo el turismo germano. La semana anterior, otros dos turistas extranjeros de 20 y 22 años protagonizaron sucesos similares en hoteles de Cala Ratjada y Playa d'en Bossa (Eivissa).

BATALLA CAMPAL / El parte de muertos y heridos se asemeja más al de una contienda que al de un lugar de vacaciones. Michels, un veterano fotógrafo de sucesos local, fue agredido el fin de semana pasado en Punta Ballena por cinco chicas que la emprendieron con él a mordiscos y taconazos, tras lo que se inició una batalla campal entre un centenar de personas. «Aquí siempre ha habido turismo de alcohol y fiesta salvaje, pero esto se está desmadrando. Nunca había visto algo así», asegura el reportero, con la muñeca todavía vendada. Por si fuera poco, este año ha irrumpido en el escenario del desfase la llamada droga caníbal, cuyo consumo puede despertar instintos violentos.

Si el turismo de todo incluido extermina la oferta complementaria, el del todo permitido está acabando con la paciencia de vecinos como Penélope, australiana casada con un español y afincada en Magaluf. Paseaba con sus hijos pequeños cerca de la parte trasera del hotel donde el joven danés de 20 años perdió la vida y no pudo reprimirse. «¿Busca información? Puedo enseñarle algo». En el móvil guardaba la fotografía que había tomado días atrás al salir de su domicilio para ir a trabajar. Se veía un adolescente con el rostro ensangrentado y tumbado sobre el asfalto. «Llamé a la policía y se lo llevaron en ambulancia. No he sabido más de él», confiesa compungida y asqueada frente a una realidad ante la que se siente impotente. «Cada vez vienen más, son más jóvenes y acaban peor. Les dan alcohol malo y barato y son víctimas de prostitutas delincuentes, que les traen engañados a estas calles más apartadas y luego les golpean y les quitan todo, aprovechando que están borrachos», relata. Su casa está en la zona conocida como Torrenova, un área residencial pegada a Punta Ballena. «No es verdad que solo afecte a una calle, cada vez se extiende más», explica.

DROGA TIRADA EN EL JARDÍN / Tres meses al año, las apacibles calles arboladas de su entorno amanecen llenas de vómitos, orines, condones, vasos de plástico, latas, botellas… «Incluso he encontrado una bolsa con droga en mi jardín que lanzaron ante algún problema. Temí por mis hijos y mi perro. Esto no se puede aguantar, pero ¿qué podemos hacer? Aquí tenemos nuestra vida», lamenta Penélope, que dice haberlo visto todo, «desde gente inconsciente por los excesos de la noche hasta chicos desnudos o parejas haciendo el amor en medio de la calle o en la playa». Denuncia la desidia de las autoridades ante la degradación provocada por «un negocio que mueve mucho dinero, que cada vez quiere ganar más y no respeta nada ni a nadie».