La otra cara de la moneda

El alcalde Tagamanent, con la tarjeta de los usuarios del eco.

El alcalde Tagamanent, con la tarjeta de los usuarios del eco.

FERRAN COSCULLUELA / LA GARRIGA

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Muchas personas con habilidades y conocimientos para trabajar están sin empleo a pesar de que viven en pueblos y ciudades en las que hay necesidades que cubrir. Entonces, ¿qué falta, trabajo o dinero para poder desarrollarlo? Esta disyuntiva ha sido resuelta por algunas comunidades a través de la creación de una moneda social propia, complementaria al dinero oficial, que permite a sus asociados realizar intercambios de bienes y servicios con ese efectivo, ya sea en su totalidad o en una parte del valor del producto. Son proyectos que buscan alternativas para crear liquidez cuando no la hay y que entienden el dinero como una herramienta y no como un fin en sí mismo, por lo que rehúyen los sistemas especulativos y los tipos de interés.

En España se contabilizan ya más de 90 monedas sociales, algunas tan exitosas como el puma de Sevilla, mientras que en Catalunya se impulsan desde hace años varias iniciativas semejantes, como la turuta de Vilanova i la Geltrú (Garraf) y el ecoque se intercambia en siete pueblos del Alt Congost, entre las comarcas del Vallès Oriental y Osona. Unos proyectos que comparten, además, el objetivo de fomentar las relaciones sociales y la búsqueda de un sistema económico más humano, basado en la conservación del medioambiente y la incentivación de la producción local a través de microcréditos sin intereses.

LA TURUTA

«Nuestra asociación surgió a raíz de la inquietud por el cambio climático y por el agotamiento del petróleo. Vimos que era necesario avanzar hacia otro modelo económico no especulativo, que sea socialmente mejor y no destruya el planeta», recuerda Ton Dalmau, presidente de la asociación Ecol3VNG de Vilanova i la Geltrú, que en el 2010 impulsó la turuta, una moneda social que debe su nombre a la música tradicional que acompaña a las comparsas de carnaval.

«Somos 280 socios y 30 profesionales, entre tiendas y autónomos. Hemos creado un marco asociativo en el que todo el mundo aporta lo que quiere y puede. Es un espacio colaborativo creador de sinergias en el que la turuta es la herramienta que ayuda a hacer los intercambios», añade Dalmau. El año pasado realizaron 1.158 transacciones por valor de unas 14.000 turutas, a las que hay que sumar los miles de euros de los productos que se pagan con las dos monedas. Su modelo permite cambiar euros por turutas para iniciar el saldo y participar en proyectos sostenibles aprobados por la asociación, como recuperar huertos de cultivo, lo que permite anotarse 10 turutas por cada hora trabajada.

«Hay productos globales, como un coche o un móvil, para mercados y sistemas económicos globales, frente a productos locales para mercados y sistemas económicos locales. Estos últimos son los que debemos proteger e incentivar, porque son los que buscan el auténtico valor del dinero, que sea una herramienta reconocida por la comunidad que nos ayude a facilitar los intercambios», insiste Dalmau.

EL ECO

La Xarxa d'Economia Local del Alt Congost, que agrupa a las localidades de Aiguafreda, Balenyà, Centelles, Figaró, La Garriga, Sant Martí de Centelles, Seva y Tagamanent, comparte la misma filosofía. Su presidente, Eduard Folch, precisa que en dos años ya han conseguido 160 socios, tres ayuntamientos colaboradores y 17 comercios adscritos. No obstante, reconoce que la dispersión de los pueblos y las dificultades para que la gente «cambie el chip» debilitan el proyecto. «Necesitamos más masa crítica para que funcione mejor», comenta.

Ignasi Martínez, alcalde de Tagamanent y restaurador, es un entusiasta de la red eco. «Es una forma pedagógica que ayuda a sensibilizar a nivel social y sirve para que la gente se implique. Para nosotros es un sistema complementario», dice el alcalde, que quiere impulsar un huerto social y permite alquilar en ecos herramientas y otros utensilios del consistorio. Xavier Nicolau, uno de los comerciantes adheridos, es otro convencido que al principio se asoció a nivel individual para cambiar las cosas. «Vi que había mucho talento en la calle pero pocos recursos», explica Nicolau, que admite que a sus clientes les cuesta utilizar la moneda alternativa.

La turuta, el eco y el puma se inspiran en el sistema de intercambio local conocido como LETS ('local exchange trading system'), fundado en los años 80 en Canadá, que establece un sistema bancario paralelo al oficial basado en una moneda social que ancla la riqueza que se genera en el ámbito en la que se ha creado. Los usuarios se inscriben en él ofertando conocimientos, bienes y servicios, pero el sistema no tiene una existencia física, sino que es la capacidad productiva de la comunidad la que respalda la moneda, que se complementa con el dinero oficial.

2.500 PERSONAS

Julio Gisbert, autor del libro Vivir sin empleo, destaca que otra iniciativa singular impulsada desde el ámbito catalán son las ecoxarxes de la Cooperativa Integral Catalana, un modelo económico alternativo basado en la utilización de una moneda social física y virtual, con una estructura legal en forma de cooperativa y un mercado interno de productores y consumidores.

Jordi Flores, coordinador de la Ecoxarxa de Tarragona, afirma que hay una veintena de asociaciones, en las que participan unas 2.500 personas, casi la mitad de las que utiliizan una moneda social en toda España. «No buscamos ser complementarios, consideramos que estamos en un proceso de transición de salida del euro y queremos llegar cuanto antes a nuestro modelo económico ideal», explica. A pesar del empuje de las monedas sociales, Gisbert aconseja que se valore con prudencia el fenómeno. «Algunos diarios extranjeros pensaron que debido a la recesión se iba a producir una eclosión de iniciativas en España. Pero no ha sido así. En los últimos años han ido en aumento, pero son comunidades reducidas cuya continuidad dependerá mucho de la evolución de la crisis», vaticina.