EMERGENCIA SOCIAL

Conserjes en Villa Desahucio

Manifestantes ante un edificio de Regesa, el pasado jueves en Ciutat Meridiana.

Manifestantes ante un edificio de Regesa, el pasado jueves en Ciutat Meridiana.

TONI SUST / Barcelona

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De un tiempo a esta parte ha menguado muy visiblemente el cuerpo de conserjes en Barcelona, cada vez más exclusivos de las zonas pudientes, las que conservan porterías con entrada de personal de servicio. Sin embargo, también los pobres tienen vigilantes. Aunque no es exactamente el mismo concepto. Se trata de los agentes de seguridad que custodian grandes inmuebles vacíos, cuyos pisos no se venden, y no tienen como objetivo proteger a las personas que residen en ellos, sino impedir que otras los ocupen en busca de un lugar para vivir.

Eso pasa hace tiempo ya, por ejemplo, en Ciutat Meridiana, en Nou Barris, barrio rebautizado como Villa Desahucio, por ser uno de los barrios catalanes más castigados por la tragedia hipotecaria. Allí hubo el jueves una protesta singular, una romería contra los desahucios que visualizó de nuevo la denuncia de que en un lugar en el que la gente necesita viviendas hay casi una decena de edificios nuevos, más de 250 viviendas, casi vacíos. Los agentes de seguridad se movían de edificio vacío en edificio vacío, tensos, siguiendo a las cerca de 70 personas que protestaban. Porque solo eran 70, pero estaban muy vigiladas.

En principio, la intención del grupo era ocupar una de las viviendas de esos flamantes edificios, propiedad de la empresa pública Regesa, que destacan entre los colores apagados de un barrio muy humilde. En algunos de esos pisos hay vecinos. Casi ninguno. Los bajos están tapiados con ladrillos y los agentes de seguridad parecen esperar un ataque comanche desde la montaña que se levanta al lado de los flamantes edificios. Una montaña muy bonita.

Ocupación frustrada

El caso es que la Guàrdia Urbana y los Mossos, en pequeño número, tenían clarísimo que esa gente que iba de romería, llevando una señal de Stop Desahucios como si fuera la virgen, quería ocupar un piso. Y no tuvieron ni que impedirlo. La comitiva pasó de largo y los agentes de seguridad respiraron. «A veces nos amenazan con que ocuparán», dijo uno. Pero violencia no hay, precisó.

Cruzada la calle, solo en la acera contraria, un hombre fotografiaba a los manifestantes con el móvil. No era un vecino curioso. Era Santi Borrull, consejero municipal de CiU en Nou Barris. Un hombre que, pese a todo, se muestra optimista sobre el barrio: «El problema es la crisis. Pero aquí hay de todo, tienen metro, es bonito, hay montaña».

Borrull no tenía claro el caso denunciado por los manifestantes, el de una ecuatoriana de la calle de Rasos de Peguera a la que Bankia intentó desahuciar el mismo jueves sin aviso previo, cambiándole la cerradura. El consejero municipal invitó a los periodistas a hablar con Josep Centeno (al que luego iba corrigiendo por sistema), mediador del barrio en los casos de desalojos, que denunció que Bankia no avisó del desahucio como se había pactado hacer. «Se saltaron los canales», iba repitiendo Borrull como si hubiera visto al diablo. Centeno explicó que la señora decía que quienes entraron en el piso le robaron. Que cuando pudo entrar, tras quejarse al ayuntamiento, le faltaba dinero, la TDT, ropa interior. «Le han robado», proclamó Centeno. «Presuntamente», precisó Borrull. «No, no, le he dicho que lo denuncie a los Mossos. Le han robado», insistió el mediador. Y es cierto: de algún modo le robaron.

Lo que le hicieron a Luz Angélica Balcázar, una ecuatoriana de 65 años de edad, fue meterla en un berenjenal que apenas comprende todavía. Una inmobiliaria le ofreció un piso y le instó a comprar esa y otra vivienda a medias con otra ecuatoriana a la que no conocía de nada y que vivía en otra parte. Un caso de hipotecas cruzadas, con los que se lograba ofrecer dos o más hipotecas con un solo aval. La otra ecuatoriana logró la dación en pago para saldar la deuda, para lo que Balcázar tuvo que firmar, pero esta dice que su compañera de hipoteca se negó a firmar la suya, así que ella debe pagar. Su piso, de 58 metros, le costó 220.000 euros. Entre los de Regesa, uno de 120 metros vale unos 170.000 euros. Y uno de 42 metros, 99.000 euros. Difícilmente podrá comprar uno Balcázar, pero le quedan el metro y la montaña, que diría Borrull. Pena de crisis.