CIENTÍFICOS AL MARGEN DEL CIRCUITO OFICIAL

Los 'biohackers' sacan la biología del laboratorio en BCN

Los 'biohackers' José Huertas, Álvaro Jansà, Núria Conde y Esteban Giménez, de izquierda a derecha, en Made Makerspace, en Barcelona.

Los 'biohackers' José Huertas, Álvaro Jansà, Núria Conde y Esteban Giménez, de izquierda a derecha, en Made Makerspace, en Barcelona.

MICHELE CATANZARO / BARCELONA

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Cuando las sepias salen a cazar, sacan de su cuerpo una bolsa llena de bacterias luminosas, cuya claridad atrae a las presas. ¿Se podría fabricar una bombilla con esas bacterias? Una pregunta como esta provocaría algún que otro chiste en un laboratorio científico. Pero cuando una arquitecta se la sugirió a Álvaro Jansà, en agosto del 2014, a este biólogo de 32 años le pareció irresistible. Álvaro trabaja en una empresa de bioinformática de Barcelona, pero en su tiempo libre, desde mediados del año pasado, es uno de los animadores del primer colectivo de biohackers en Españabiohackers. El grupo consiguió al cabo de un mes fabricar un prototipo de la bombilla de bacterias.

El colectivo, llamado DIYBio Bcn (DIY son las iniciales inglesas de do it yourself, hazlo tú mismo»), hizo su más reciente presentación pública en la Casa Orlandai el 20 de mayo. Los biohackers se dedican a cosas como producir células fluorescentes, levaduras con olor a plátano o bacterias modificadas. Todo ello fuera de las instituciones científicas oficiales. Los primeros grupos que ostentaban ese nombre aparecieron hace una década en Estados Unidos.

Jansà estaba fascinado por este movimiento. En junio del 2014 vio un mensaje en una lista de correos, en el cual un joven investigador mexicano que acababa de mudarse a Barcelona preguntaba sobre biohackers en la ciudad. Los dos se encontraron y ese núcleo ya se ha convertido en un colectivo de ocho personas, que se reúnen periódicamente en un piso en el Eixample (sede de la asociación Made Makerspace), abarrotado de impresoras 3D, cortadoras láser, incubadoras y botellas de cerveza.

NOCHE Y DÍA

 «La gente está muy lejos de lo que ocurre en los laboratorios, aunque estos estén pagados con sus impuestos. Nosotros queremos sacar el conocimiento de las instituciones y devolverle la soberanía de ese conocimiento al pueblo», declara rotundamente Núria Conde, bióloga de 31 años, que en su vida de día hace un postdoctorado en el Parc de Recerca Biomèdica de Barcelona (PRBB) y de noche se entrega al biohacking. «Participar activamente en la investigación es la mejor forma de divulgación de la ciencia», afirma.

Esta filosofía anima el último proyecto del colectivo, llamado Biostrike. El grupo está desarrollando un kit de experimentos biológicos barato (a base de productos de supermercado) y sencillo (con instrucciones al estilo Ikea). Su idea es ponerlo a disposición de colegios y particulares en Catalunya, para que lleven a cabo una especie de campeonato de bacterias. «El objetivo es que la gente tome conciencia del problema de la multirresistencia a los antibióticos y además compita para hallar entre todos un nuevo antibiótico más eficaz», explica Conde. El proyecto está en un proceso de votación popular para conseguir fondos del Premi de Ciència Ciutadana.

ACCESO A LA TECNOLOGÍA

 «Al abaratar los costes del kit, damos acceso a la tecnología a las escuelas, para que dejen de hacer las mismas prácticas de hace 30 años», explica Jansà. «Ahora estamos transformando una vieja nevera para vinos en una incubadora», explica Esteban Giménez, de 35 años, otro miembro del grupo, cuyos estudios han oscilado entre la ingeniería y el arte. «También puedes montar una centrifugadora con el motor de un disco rígido», afirma.

CAJAS NEGRAS

El reciclaje es un pilar del biohacking. «Mi padre abría y arreglaba la tele o el coche cuando se estropeaban. Los investigadores mayores dicen que algo parecido pasaba con los instrumentos de laboratorio. Hoy la tecnología se ha encerrado en cajas negras y nosotros queremos abrirlas», afirma Conde.

La bióloga sueña que un día los niños pidan un kit de biohacking para Reyes. Pero no se trata solo de jugar. «Una bióloga de EEUU [Kay Aull] tenía que hacerse un test de hemocromatosis que era demasiado caro. Así, decidió fabricárselo en su casa», explica Jansà. Aull es un mito para los biohackers. «La autoexploración médica correcta y consciente, que no la autodiagnosis, es una de las posibilidades que abre el biohacking", apunta Conde.

Una legión de aficionados aplicados a trastear con microbios puede disparar alguna inquietud, pero Jansà se defiende con un ejemplo. «Un microondas se puede modificar fácilmente para irradiar al personal y provocar cánceres, pero los microondas se venden en los súper. Si la gente sabe lo que está haciendo, no tiene por qué hacer cosas insensatas», concluye.