Las tres condenas de la Mina

La Mina enfrentamiento entre clanes gitanos

La Mina enfrentamiento entre clanes gitanos / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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Tres plagas han condenado al barrio de la Mina, en Sant Adrià de Besòs, y la tercera de ellas lo ha sumido en la peor crisis que ha vivido en 25 años, con centenares de personas desterradas por miedo a un ajuste de cuentas entre clanes gitanos.

La depresión económica se ha cebado con especial saña con este vecindario. Abrió un goteo constante de vecinos que se fueron marchando dejando domicilios vacíos en los bloques de viviendas. Esta migración silenciosa agujereó las comunidades de las fincas y en muchas se colaron traficantes de droga que convirtieron los pisos en ‘guarderías’ (en argot policial, pisos sin inquilinos en los que guardan los alijos y se usan también para trapichear).  

La venta de droga en un edificio donde residen familias es un castigo. El ambiente “se deteriora rápidamente”, explica una mujer miembro de una asociación de vecinos. Aparecen toxicómanos, que “se pinchan en el entresuelo o en las escaleras”, y los traficantes rompen las cerraduras de las porterías para que los compradores tengan siempre el paso libre.

AUGE DE LA HEROÍNA

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En el verano del 2015, aumentó la presión aún más por el renovado auge del consumo de heroína. De golpe, la recogida de jeringuillas que aparecen en el parque del Besòs, un contador fiable del tráfico de 'caballo' para los Mossos, registró un aumento desorbitado: la cifra se multiplicó por diez, detalla un mando de este cuerpo policial, preocupado por lo que está sucediendo en el barrio.

Cuando saltó esta alarma, la policía catalana acababa de fusionar dos investigaciones antidroga que ya corrían en paralelo: la Titán y la Picapedra, lideradas por los equipos de las comisarías del distrito barcelonés de Sant Martí y de Badalona. Ambos compartieron la información que tenían por separado y obtuvieron una radiografía completa de una red de distribución de marihuana, cocaína y heroína, que implicaba a personas residentes en diversos municipios metropolitanos de Barcelona pero que, inevitablemente, conducía a la Mina. Apuntaba también a miembros de algunos de sus clanes de gitanos tradicionales. “Esto era relevante porque no solo traficaban, varios también consumían”, destacan fuentes policiales. ¿Por qué? En todo colectivo, gitano o payo, los toxicómanos respetan menos las normas y jerarquías sociales. En el caso de los gitanos, a los patriarcas les cuesta más mediar o imponer su autoridad.

CRISPACIÓN INSOPORTABLE

Los policías sabían que trabajaban contrarreloj porque la crispación comenzaba a ser insoportable, no solo en la Mina, también en el vecino barrio de Besòs (Sant Adrià de Besòs). Allí comenzaron en noviembre manifestaciones de vecinos para exigir la intervención de las autoridades -desconocedores de las operaciones en marcha de los Mossos, que estaban a punto de concretarse- contra los allanamientos de pisos que eran convertidos en puntos de tráfico de droga. Cada lunes a las siete de la tarde, los vecinos protestaban frente a esa casas y abucheaban a sus ocupantes.

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La protesta terminó en tragedia. El 9 de noviembre, Cristian, un rumano que había llegado desde Zaragoza para acompañar a su mujer embarazada a una visita médica, fue asesinado por dos de esos traficantes tras una bronca que estos mantuvieron con los vecinos que protestaban. Los Mossos deshicieron la reyerta, pero minutos después los delincuentes salieron de nuevo a la calle armados con un cuchillo y se lo clavaron a Cristian, que estaba tomando una cerveza en el bar Porras.

“La investigación estaba a punto de terminar”, maldice cerrando los ojos un agente. Los mossos se habían sumergido en esta trama de menudeo para poder acumular pruebas de cargo que sirvieran para encarcelar al máximo número de traficantes e insuflarle aire a la Mina. Tan exhaustivo fue el escudriñamiento de esta malla criminal que en los dos golpes policiales (23 de noviembre –el mayor dispositivo en la historia de los Mossos- y 1 de febrero) detuvieron a 122 personas. “Casi la mitad de ellas han entrado en prisión preventivamente, hay pocas operaciones con números similares”, remarca la misma fuente. A Cristian le atrapó su destino unos días antes, sus dos asesinos formaban parte de la trama investigada y los mossos preveían detenerlos en la operación policial. Esta, completada con el arresto en Tarragona de los narcos que les vendían la heroína, también en el pasado noviembre, ha devuelto el recuento de jeringuillas abandonadas en el parque del Besòs a las proporciones habituales.

CLANES ENFRENTADOS

La tercera plaga ha sido la más contundente. De momento, ha empezado con un asesinato y la huída de entre 300 y 500 personas de la Mina (y del barrio de Sant Roc de Badalona) pertenecientes a los clanes gitanos de los Pelúos, los Manuel, los Cascabeles y los Zorros. En una entrevista exclusiva con EL PERIÓDICO, la madre del joven muerto, miembro del clan de los Baltasares, afirma que a los individuos que participaron en la muerte de su hijo les espera “la pena de muerte” si los Mossos no los cogen antes y los encarcelan. Al resto de sus familiares, a todos, les conmina a no volver a poner sus pies en Catalunya. “Nunca”. Si no regresan, advierte la mujer, les dejarán en paz, pero si vuelven a la Mina, “habrá una masacre”.

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La policía protege la Mina desde que murió el hijo de esta mujer el 23 de enero en el Port Olímpic. Aquella misma noche desplegó un operativo de seguridad en las zonas residenciales de los clanes afectados, que sigue activado las 24 horas del día. Los Mossos entienden la gravedad de la situación y tratan de llevarla con la “máxima discreción”. Han desplegado un patrullaje intensivo por sus calles para poder anticiparse ante cualquier episodio violento, mantienen cerca de la zona dotaciones antidisturbios de respuesta rápida e insisten en la complicada labor de mediación para tratar pacificar un conflicto al rojo vivo.

La crisis económica, la droga y el enfrentamiento entre clanes, demasiadas condenas para uno de los barrios más vulnerables de Catalunya.