Una palabra de mal gusto
Una campaña electoral tiene lugar en la ciudad, pero no se nota, no hay clima, no hay ambiente
Hay una campaña electoral en marcha y está teniendo lugar en la ciudad, o eso dicen, porque las pistas son escasas y ningún recién llegado, digamos un turista, digamos un extraterrestre, notaría la diferencia. ¿Dónde está la efervescencia, dónde están las discusiones, dónde los debates furiosos, dónde la expectación nerviosa? En la televisión, quizá, y en los diarios, pero la ciudad no parece muy interesada, no hay clima, no hay ambiente, acaso porque no rigen tanto los políticos o porque regirán como siempre: porque ya nadie les cree, ni a los viejos ni a los nuevos. Políticos todos, al fin y al cabo, dicen por ahí, con lo mucho que de insulto tiene la palabra. Esto que atañe a la mayoría no hace ni de lejos vibrar a la ciudad, no la tiñe de nada nuevo, no tiene más presencia que esos mítines a puerta cerrada y los pendones tristes con los mensajes de siempre. Llega el turista, llega el extraterrestre, miran en derredor y dicen: «Ah, ¿estamos en campaña?»
No late de otra manera el corazón de la ciudad, no palpita con más celeridad, nada. «¿Política? Aquí de lo que se habla es de fútbol», dice un camarero en La Llesca de Bailèn, en el cruce de Bailèn con Casp. «¿Política? Esto es una clínica dental, aquí la gente no viene a hablar de política», dice una recepcionista, en la acera de enfrente. ¿Ni mientras esperan? «No, ni mientras esperan. Hablan, pero de otras cosas». Por debajo de la Gran Via, Bailèn es una de las muchas calles que han sido eximidas de publicidad electoral, y su aspecto es el de siempre, tranquilo, de aquí no pasa nada. En los balcones del cruce con Ausiàs March cuelgan cuatro banderas catalanas y una española, y es lo más político que se ve por aquí. Los paraguas protegen a la gente de la lluvia incipiente, las madres tiran de sus niños, los cazadores de chatarra husmean en el contenedor. Lo de siempre, lo de costumbre.
No se ha visto de momento un titular de prensa del tipo: «Expectativa ciudadana…», porque una expectativa involucra emociones, sentimientos y sensaciones que esta campaña está lejos de suscitar. Los espacios donde la gente socializa, los bares, los restaurantes, las peluquerías, los locales donde las señoras se hacen las uñas, acogen conversaciones de fútbol, del clima, de la vida y de la muerte, pero de política, pocas, si no es para criticar. «Aquí no se habla de eso, los políticos son sinvergüenzas, ahora salen a pedir el voto y después no se acuerdan de nada», se queja la encargada de un estanco en Sant Pere, la plaza. Los vecinos miran con curiosidad las obras que tienen lugar un poco más abajo, en Sant Pere Més Baix, y no pueden evitar notar que de un tiempo para acá los taladros retumban con más premura. «Claro, como todo tiene que estar terminado el domingo...», dice la tendera.
Los flashes confunden
Quizá los políticos crean que son el centro de atención, pero es probablemente porque tanto flash y tanta cámara los confunden. «La gente pasa», dice la dependienta de la Pastisseria López, en Metges con Sant Pere Més Baix; es decir que tampoco se habla de eso mientras se compra un cruasán. Cerca hay una lavandería de autoservicio donde tres personas esperan mientras las lavadoras rugen, y tampoco les interesa el tema. «Hablábamos de cine», explican. En la plaza de Sant Cugat hay varias terrazas y varias conversaciones en marcha, pero ninguna tiene el acaloramiento que suelen tener las charlas sobre política. Y en la pollería que hay más adelante: «La gente pasa completamente». Sant Pere Més Baix desemboca en Laietana, en la estación de metro de Jaume I. ¿Tal vez aquí? No: ni en los andenes ni en el vagón. Quizá es un asunto de geografía, pero en el local de uñas The Nail Concept, en Diputació con Pau Claris, donde se habla, y mucho, no se tiene constancia de un frenesí preelectoral. «Se habla de muchas cosas, pero de política, nada», dice la dueña. «Antes de la Diada tal vez, pero ahora no». Igual en la Administración de Lotería 154, igual en el bar La Gresca, igual en el restaurante Malpaso, igual en La Graella, todos ubicados en las inmediaciones. La política, dice la ciudad con su apatía, es una palabra de mal gusto.
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