Reflexión ante el vacío

Trias, Collboni, Fernández Díaz, Colau, Bosch, Lecha y Mejías, en el Turó de la Rovira, ayer.

Trias, Collboni, Fernández Díaz, Colau, Bosch, Lecha y Mejías, en el Turó de la Rovira, ayer.

EMMA RIVEROLA / BARCELONA

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En «un maldito barrio de sube y baja y escóñate», como lo definió un personaje de Juan Marsé, los alcaldables de Barcelona posan en el mirador del Turó de la Rovira para la fotografía de la jornada de reflexión. La vista de la ciudad es espectacular. El día, un estallido de primavera. Y la temperatura, una vez se templa el acaloramiento de la subida, inevitablemente a pie, ideal. Las condiciones perfectas para anestesiar la memoria de un lugar en el que aún se puede sentir el eco de años de miseria, lucha y solidaridad. Primero, durante la guerra civil, el lugar fue enclave de baterías antiaéreas. En los años 40, con la llegada de la inmigración, las antiguas estructuras militares se convirtieron en la base del que sería el barrio de barracas de los Cañones. Hasta un centenar de chabolas y unos 600 habitantes llegaron a poblar un terreno escarpado, desde el que se contemplaba y se admiraba la inmensa piel asfaltada de la ciudad.

Xavier Trias es el primero en llegar. Americana colgada del hombro y buen ritmo en la cuesta. También con buena marcha, pero con menos ánimo, le sigue Carina Mejías. Quizá son esos tacones muy poco apropiados para un terreno tan áspero. Quizá es el combate continuo que libra su melena con el viento. Sea por lo que sea, la alcaldable de Ciutadans reserva su sonrisa para la cámara. Los candidatos siguen llegando. La foto es el último acto de la agenda electoral y esa cuesta empinada bajo un sol de justicia tiene algo de alegórico. Ganarás la alcaldía con el sudor de tu frente... y de los pactos. Ada Colau alaba la vista panorámica y se siente rendida por el sol. Alberto Fernández Díaz solo espera el momento de recoger a su familia, «playita, chiringuito y cine por la tarde». María Jesús Lecha llega con la alegría de quien está encantada de la experiencia: camiseta, vaqueros sin cinturón y calzado plano. Pregunta por la especie de un árbol y por un edificio desconocido, y da muestras de un inquebrantable optimismo ante la idea de una caída desde la atalaya donde están convocados: «Un esguince y ya está». Ahí le interrumpe el candidato del PP: «Yo no me arriesgaría, te caes de cabeza y...» Diferentes maneras de ver el mundo.

Donde todo costaba mucho

«Estos se han perdido», exclama Trias por la demora de los candidatos que faltan. Llegan Alfred Bosch, cansado, simpático y perdido a ratos en sus pensamientos, y Jaume Collboni, satisfecho de la campaña, sonriente, tranquilo. El fotógrafo empieza a dar órdenes. Desde la azotea de su casa, Carmen Jérez contempla las idas y venidas de los alcaldables. Quién le iba a decir que ahí, a ese lugar donde tanto costaba todo, iban a ir los políticos a hacerse fotos. Su casa la levantó su padre, pero antes vivieron ahí al lado, en una barraca. Recuerda los lloros de su madre cuando llegó con los niños de Murcia y vio el lugar que le reservaba su marido. Recuerda las lluvias torrenciales y cómo se abrazaban todos los hermanos. Las dificultades para mantener limpia la barraca cuando no llegaban ni el agua ni la luz al barrio. Pero limpiar, se limpiaba, ahí se escondía el orgullo y la dignidad.

«Así, por orden del resultado de la última encuesta», indica el fotógrafo. Fernández Díaz protesta. No quiere verse relegado al cuarto puesto. «Ay, ay, ay, Alberto, que esto se complica», suelta Trias con guasa, aunque él tampoco destila optimismo. Unos pasos adelante. Otro atrás. Inevitable que alguien bromee con la posibilidad de ordenar tres pasos atrás y que el vacío cambie de un modo drástico la historia de la ciudad. «Después, nosotros queremos una foto contigo». Una pareja joven con un niño pequeño reclama una instantánea a Colau. Ella sonríe y afirma con la cabeza. Es el único momento en el que se ha acercado a Trias. Hasta entonces, unos metros de cemento y kilómetros de distancia ideológica les separaban.

Nueva foto. Ahora, todos sostienen un gran mapa de Barcelona. Quizá el único gesto en que serán capaces de ponerse de acuerdo. Con la ciudad en sus manos y a sus pies, Lecha y Collboni descubren su vecindad y la conversación se centra en los supermercados. «Mi marido es el que compra», dice ella. «Pues mi marido, no», replica él. Y cada uno sonríe, elevando su cotidianeidad a la categoría de símbolo.

«Ya vale, ¿no?» Mejías pronuncia la frase que repetirá con más insistencia durante la sesión. Se resiste a colocarse detrás de Lecha para la última foto. Una diagonal con alma de conga de la que ella insiste en desmarcarse. Cuatro veces tiene que rogarle el fotógrafo que respete la posición. Al fin, el último disparo. Se acabó. Los candidatos se apresuran a recuperar algo parecido a una vida normal.

Desde su azotea, Carmen no puede evitar recordar con cariño los tiempos en que junto a su casa tenía vecinos y no algunas indeseables visitas nocturnas como ahora. Pero aquel tiempo ya es historia. Como aquel 17 de noviembre de 1990, cuando el alcalde Pasqual Maragall asestó el primer mazazo a las últimas barracas del Carmel. Hasta en la foto, el ahora tan celebrado alcalde socialista, entra en campaña.

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