Panorama para matar (se)

Los candidatos Xavier Trias, Jaume Collboni, Alberto Fernández Díaz, Ada Colau y Alfred Bosch, el viernes por la noche, en el debate de BTV.

Los candidatos Xavier Trias, Jaume Collboni, Alberto Fernández Díaz, Ada Colau y Alfred Bosch, el viernes por la noche, en el debate de BTV.

RAMÓN DE ESPAÑA

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Las elecciones municipales me pillan escribiendo un libro dedicado a una hazaña singular: cómo los españoles hemos conseguido cargarnos la democracia en solo treinta años. ¡Y con la ilusión que nos hacía! Otros países no lo han conseguido en mucho más tiempo, y algunos, incluso, se esfuerzan en mejorar el sistema, del cariño que le tienen. A veces no sé cómo seguimos de pie, aunque supongo que ello se debe a lo que dijo Otto Von Bismarck al respecto: «España es el país más fuerte del mundo; prueba de ello es que los españoles llevan siglos intentando destruirlo y todavía no lo han logrado». Pero no me negará que nos esforzamos, dilecto mariscal, y que en los últimos años hemos recurrido a medios implacables y muy nuestros: la corrupción, el amiguismo, la insolidaridad y un afán inmoderado de lucro.

Sin movernos de Barcelona, hay que ver cómo nos hemos empecinado en convertir la ciudad en una trampa para turistas y una versión aumentada de Lloret de Mar. Empresa para la que nos hemos asociado los representantes de todas las ideologías, hasta el punto de que el convergente Trias solo ha tenido que seguir el camino trazado por los socialistas que le precedieron en el cargo.

¡Qué distintas parecían las cosas cuando el inefable Narcís Serra ejercía de alcalde! En aquellos tiempos del cuplé, las cosas no podían estar más claras: los muchachos progresistas votábamos al PSC porque los comunistas olían a naftalina (y a cosas peores), los convergentes eran la viva encarnación del cochino burgués y los populares, una pandilla de franquistas reciclados del sector más tonto (los listos ya se habían pasado a Convergència, un partido en el que, como dice el himno de la Legión, 'nada importa tu vida anterior').

Aún recuerdo, gozoso, la presentación en el ayuntamiento del álbum de Sisa, ilustrado por Miralda, 'Barcelona postal', cuando uno se creía un europeo a lo Stefan Zweig y el profesor Tierno Galván se le antojaba un merluzo pueblerino capaz de llamar John Lennox a John Lennon al dedicarle una calle.

Ese orgullo barcelonés fue remitiendo con el paso del tiempo, tras la euforia maragallista que desembocó en la Olimpiada del 92. Luego vinieron Carlinhos Brown, que dirigía la ciudad a través de un tal Joan Clos, y Jordi Hereu, burócrata criado en cautividad en la calle Nicaragua, principales responsables de la ciudad quiero-y-no-puedo que ahora disfrutamos. Y cuando pensábamos que ya no podíamos caer más bajo, Convergència ganó las elecciones y nos endilgó al doctor Xavier Trias i Vidal de Llobatera, del que nadie sabe muy bien qué ha hecho más allá de manifestarse a favor de la independencia de Catalunya, pero también en contra, no fuese a enemistarse con nadie (en eso se parece bastante a Ada Colau, su principal adversaria).

Ante este panorama, resulta bastante lógico que los barceloneses nos tomemos las presentes elecciones con una tranquilidad rayana en la indiferencia. Me temo que ha corrido la voz de que esto no hay quien lo arregle, así que nos conformamos con que los edificios no se caigan y los autobuses lleguen más o menos a la hora. Yo solo veo motivados a los devotos del prusés, que parecen haberse creído todas las paparruchas que les han contado Artur Mas y las 'Teresines' acerca del carácter plebiscitario de la contienda, y a un sector de fans de Ada Colau, entre los que se incluyen miles de ciudadanos que con tal de perder de vista al doctor Trias serían capaces de votar hasta a Jordi LP (bueno, tanto como eso no, todo tiene un límite, pero ustedes ya me entienden).

El resto de la población sigue a lo suyo, pone cara de circunstancias y escucha con paciencia las promesas de los candidatos, alguno de los cuales ya ha ofrecido más puestos de trabajo que parados tenemos en Barcelona. Supongo que ahora toca acercarse a los mercados a dar la lata a los de las paradas, besar a todos los bebés que se pongan a tiro y prometer cosas imposibles que ya no se cree nadie. Y a última hora del domingo 24, como de costumbre, TV-3 hablará de la gran fiesta de la democracia tras haber silenciado todo lo posible a los enemigos de la patria (como Ciutadans, que es como si no existieran).

Cargarse la democracia en solo treinta años implica que todos los partidos de la Transición están para el tinte, tanto en Barcelona como en el resto de España. Convergència está medio muerta (y embargada) desde que el patriarca Pujol confesó ser un facineroso fiscal; el PSC ha optado por el suicidio con su aproximación al 'dret a decidir'; el PP sigue sin enterarse de que la derecha catalana ya se apaña con CiU y ERC; ICV intenta volver al ayuntamiento por persona interpuesta, la señora Colau, aunque para eso haya que ejercer de pagano de la campaña. Puestos a ser optimistas, ya solo cabe hablar de una batalla entre lo viejo y lo nuevo. Pero eso ya lo abordaremos la próxima semana.