LOS ESPAÑOLES HABLAN DEL PROCESO SOBERANISTA

El 'España nos roba' duele

CASTILLA-LA MANCHA. Olga Calero, 46 años, ama de casa. Nació en Barcelona y vive en Almadén (Ciudad Real). La cita, con dos amigos.

Vecinos de Almadén recuerdan que esta localidad minera ha aportado al Estado mucho más de lo que ha recibido

JOSEP SAURÍ / ALMADÉN

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Almadén es un pueblo herido, lastimado. En su fe y en su orgullo. Con apenas 6.000 habitantes (en los años 70 habían sido 15.000), roza el millar de parados. Edificios cerrados a cal y canto en la plaza de la Constitución, enfrente y al lado del ayuntamiento. Carteles de 'se vende' desteñidos por el sol. Almadén languidece desde que en el 2003 cerró la mina de la que se calcula que se extrajo la tercera parte del mercurio que se ha usado en todo el mundo. "Si dicen los catalanes que han sufrido, qué no hemos sufrido nosotros, que le hemos dado a España muchísimo más de lo que nos ha devuelto", clama Siro Ramiro, de 42 años, hijo de minero y empleado en una constructora.

Por poner solo un ejemplo, la elección imperial y las guerras de Carlos I se financiaron cediendo la explotación de la mina por ¡120 años! a los banqueros alemanes Függer, en 1521. Es decir, con el sudor de la gente de Almadén. El sudor y mucho más: "Este ha sido siempre un pueblo de viudas", recuerda Siro.

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

Una vez cerrada la mina, haciendo de la necesidad virtud, el pueblo ha reconvertido su ingente patrimonio industrial, reconocido por la Unesco, en oferta turística. Aunque su atractivo es innegable, la cosa no arranca. Todavía manchego, pero a solo seis kilómetros de Extremadura y a 10 de Andalucía, Almadén está en realidad demasiado lejos de todas partes. Por aquí debería pasar la autovía Valencia-Lisboa, pero el proyecto amarillea en algún cajón.

Más lejos aún -a 860 kilómetros- está de Barcelona, de Fabra i Puig, donde nació Olga Calero. Nieta de minero; su padre, extremeño, y su madre, de Almadén, emigraron con 14 años. "Veníamos aquí cada verano, por Semana Santa, en Navidades, y me enamoré de José Luis. Nos casamos y nos instalamos en Barcelona. Fuimos superfelices allí, tuvimos a nuestros dos niños, y cuando el pequeño tenía tres años (hoy tienen 14 y 11) decidimos venir. Había sido muy feliz aquí de pequeña y quería que mis hijos vivieran este ambiente".

Hasta ahí todo bien. Pero Olga cuenta otra historia triste, de la que no duda en acusar al mismísimo Artur Mas: "Está rompiendo mi matrimonio". ¿Y eso? "Mi marido se siente absolutamente atacado, con comentarios que le hacen cuando vamos allí, con lo que sale en televisión; se lo toma como una ofensa personal. Tiene la impresión de que lo infravaloran, de que lo ven como un ciudadano de segunda". José Luis declinó participar en este encuentro con EL PERIÓDICO.

A José Luis "le duele el España nos roba, por supuesto", y le enciende que le digan cosas como "no me extraña que os hayáis ido porque con todo el dinero que os mandamos, vuestros hijos estudiarán mejor". Y Olga lo lleva fatal: "Si alguien me habla mal de Catalunya. salto, y tampoco soporto que los de allí hablen mal de aquí. Es como si siempre me estuviera peleando con alguien. Estoy entre la espada y la pared".

Olga responsabiliza a los políticos, y muy especialmente al president, de todo este mal rollo: "Si de verdad Catalunya da más de lo que debería, pues yo qué sé, que se trabaje eso, que los políticos se mojen, pero que no nos enfrenten a nosotros, sobre todo a los niños. Mis hijos se sienten absolutamente perdidos, porque mi marido y yo discutimos. Y yo no me puedo definir. Mis sentimientos están partidos".

No puede decirse que el 'president' sea popular en Almadén: "Había que tapar problemas, Mas se ha puesto a tocar las palmas y Catalunya entera se ha puesto a bailar. Y ahora quiere dejar de tocarlas, pero Catalunya va a seguir bailando", dice Rosa María López, de 48 años, técnica de laboratorio en paro, hija de minero, quien dice sentirse "insultada" por Catalunya, "siempre pidiendo, siempre diciendo que ellos dan más".

SIN PRIVILEGIOS

Tampoco es que salga muy bien librado Rajoy: "Ha pasado del tema. Con otro tipo de Gobierno en Madrid no se habría llegado hasta aquí", sostiene Olga. Así, la mesa apuesta por unanimidad por una reforma de la Constitución de corte federalista. "Y si hay que meter algún elemento de reconocimiento de la singularidad histórica, que se meta, pero no para sacar ningún privilegio de ello. Un niño que nazca en Almadén y uno que nazca en El Prat deben tener las mismas oportunidades a la hora de recibir educación o servicios sanitarios", afirma Siro. Asentimiento general. Bueno, no del todo: "Todas las comunidades tienen su historia, y para ellas es la más importante", objeta Rosa.

No solo Olga tiene lazos con Catalunya. Los de Siro, por ejemplo, son por partida doble: su esposa nació en Barcelona, donde su padre también vivió unos años. Son muchos los catalanes de Almadén, pero no parece que ayude: "Esos son los peores, los que más quieren la independencia, los que más superiores se creen. ¿Qué les hacéis allí?", suelta Rosa. "Había uno del pueblo que de pequeña siempre se reía de mí y me llamaba la polaca. Años después se fue para allá, y ahora es de ERC", recuerda Olga.

Cae la tarde sobre el Parque Minero, los escasos turistas ya se marcharon y es hora de cerrar. Las últimas reflexiones son también sombrías, porque lo que más les preocupa a los tres es que la lógica del conflicto lleve a una fractura social. "Esto no va a acabar bien", musita Rosa. "A mí me da pánico. Pase lo que pase, siempre va a haber alguien que va a sufrir. Los de un lado o los del otro", pronostica Olga. Y al despedirse, vuelve a acordarse de Mas: "Cada vez que lo veo sonreír, yo lloro".