la cuestión catalana

Catalunya en la retina

Tarradellas y Suárez, en una reunión que mantuvieron en 1979.

Tarradellas y Suárez, en una reunión que mantuvieron en 1979.

RAFA JULVE
BARCELONA

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«En el proceso de configuración del actual modelo político de estructuración del Estado, con arreglo a su carácter plurinacional, Adolfo Suárez realizó, sin duda, una contribución muy positiva, aunque el tiempo ha demostrado que no se resolvió de una forma suficientemente satisfactoria el encaje de Catalunya. Pese a ello, quiero subrayar también en esto el mérito de Suárez».

Esta reflexión está recogida en el prólogo del libro Adolfo Suárez, obra de Carlos Abella editada por Espasa Biografías en 1997. Ese prólogo, para más información, no lo firma un cualquiera. Lo suscribe el expresident Jordi Pujol, una de las figuras políticas que vivió en primera persona cuál era la actitud del exmandatario conservador respecto uno de los retos que se le presentaron al frente del Gobierno central: la cuestión catalana.

Resumidamente podría decirse que Suárez comandó desde el Ejecutivo español una explosión controlada del catalanismo y un desarrollo notable del autogobierno. El final del franquismo había catapultado en Catalunya a los partidos de izquierdas, ávidos de recuperar y superar las instituciones y los poderes que dinamitó la dictadura. Para evitar que comunistas y socialistas se alzaran con el poder en un territorio clave, el líder de UCD optó por una alternativa que le permitiera manejar mejor los tempos. Tras un tiempo de dudas, como explica Pujol en su libro Memòries (1930-1980) (Editorial Proa), Suárez aceptó la vuelta del exilio del expresident Josep Tarradellas porque pensaba  «que solo él podía atemperar una situación que en Catalunya hervía a muchos grados». El anciano dirigente de ERC era considerado más moderado que los líderes de partidos como el PSUC, pujante fuerza integrada en el Consell de Forces Polítiques de Catalunya, la agrupación de partidos de la oposición antifranquista -incluida la CDC de Pujol- que el 9 de enero de 1976, solo mes y medio después de la muerte de Franco, se presentó en Madrid para negociar un nuevo estatus.

No estuvo exenta la trayectoria de Suárez de algunos patinazos que caldearon el ambiente. En septiembre de 1976, un periodista de la revista francesa Paris Match le preguntó si los alumnos podían superar el bachillerato en vasco y catalán, a lo que él respondió: «Su pregunta (perdóneme) es tonta. Encuéntreme primero profesores que puedan enseñar química nuclear en vasco, catalán, etcétera. Seamos serios». Ante la avalancha de protestas, el Gobierno civil de Barcelona emitió una nota para informar de que el presidente había llamado al gobernador civil, Salvador Sánchez Terán, y le había asegurado que no le ofrecía «ninguna duda la capacidad de la lengua catalana para acometer los más profundos y actualizados estudios universitarios y científicos».

 

Dialogar sin ceder en todo

Dar cuerda pero no rienda suelta fue la instrucción que también recibió Sánchez Terán. Dialogar con la oposición pero no ceder a todas sus pretensiones. Por ejemplo, aquel mismo 1976 se autorizó por primera vez la celebración del Onze de Setembre, pero se obligó a trasladar el acto de Barcelona a Sant Boi de Llobregat, donde más de 100.000 personas pudieron festejar la Diada, algo inédito hasta la fecha.

También llegarían el reconocimiento de la Generalitat, la derogación de la ley que abolía el Estatut y la restitución de Tarradellas en el cargo de president.

Centrémonos en esto último: el 27 de junio de 1977, tras meses de debate interno entre los poderes de Madrid y con la presión de la victoria en Catalunya de las izquierdas en las primeras elecciones democráticas, Suárez movió ficha reuniéndose en la capital española con el dirigente republicano exiliado en Francia. La cita, pese a que Tarradellas dijera a los periodistas que había sido «cordial» en un acto de pura habilidad política, resultó ser un fracaso. No obstante, ambos estaban forzados a entenderse y repitieron encuentro el 1 de julio. Y de allí, al pacto de Perpinyà del 28 de septiembre de 1977.

Congregados en aquella localidad francesa, Sánchez Terán, Tarradellas y líderes de CDC, el PSOE, el PSC,  ERC, el PSUC, UDC y otras fuerzas firmaron un acuerdo por el que se restablecía la Generalitat y se acataba «el principio de unidad de España y de la solidaridad de todos los pueblos que la integran». El 5 de octubre siguiente el BOE publicaba el decreto ley consiguiente al pacto y el 23 del mismo mes Tarradellas pronunciaba en el balcón del Palau de la Generalitat el mítico «Ja sóc aquí».

Más tarde, en abril de 1978, el veterano presidente obtuvo para la Generalitat la regulación de la enseñanza en catalán y en 1979 se aprobó el Estatut de Sau. En la redacción de esta norma tuvieron un papel apreciable los Centristes de Catalunya-UCD, con Carles Sentís y Antón Cañellas a la cabeza. Como Suárez (o forzados por él), estos también fueron aliados de Pujol... hasta que el partido se diluyó como un azucarillo.