MIRADOR
Antes del 9, la castaña
Tanto si Mas obedece al TC como si no, esta enorme tensión nos aboca pronto a unas nuevas elecciones
El Gobierno de Mariano Rajoy está decidido a llevar al TC el nuevo 9-N tras el aval del Consejo de Estado. Un análisis desapasionado evidencia que las razones jurídicas para hacerlo son de peso. Quien organiza a los voluntarios, abre los colegios, pone las urnas y las papeletas -para preguntar lo mismo que se quería- es la Generalitat. Quien daría los resultados del previsible y apabullante sí-sí, es la consellera de Governació, Joana Ortega. No estamos ante un acto que organicen las entidades secesionistas en el ejercicio de su libertad. Esto no es una manifestación ciudadana que vaya a prohibirse como se dice para caricaturizar a la madrastra España. ¿En algún otro lugar de la UE se dejaría que algo así sucediera? Evidentemente, no.
Por tanto, cualquier Gobierno español, del color que sea, en la salvaguarda del Estado de derecho y del principio democrático, estaba obligado a recurrir una vez que se han ido acumulando las evidencias sobre el falso proceso participativo de Artur Mas. Pretender que no se puede impugnar lo que no se hace, simplemente porque se actúa de facto, lo cual deja a los ciudadanos en una situación de enorme indefensión, es desconocer el derecho. La actitud de Mas y de su conseller de propaganda, Francesc Homs, recuerda a cuando los niños pequeños se tapan la cara con la mano y juegan a hacer creer a los adultos que ya no están.
Por desgracia, este es un juego serio y peligroso. Ahora hay que esperar a ver cómo el TC extiende su prohibición a que la Generalitat organice nada que pueda desobedecer la suspensión cautelar. Y si a Mas se le ocurre alguna otra idea astuta para burlar la legalidad en el último minuto. En caso contrario, se enfrenta a un dilema enorme. O acata y cumple, o desobedece llanamente. Dudo mucho que haga esto último, porque ya lo habría hecho cuando se lo pedían los partidos soberanistas en relación a la primera consulta. También porque tendría consecuencias muy graves para el autogobierno catalán. Pero tanto si obedece como si no, es muy difícil que este escenario de enorme tensión no nos aboque pronto a unas nuevas elecciones.
El sucedáneo del 9-N le ha permitido a Mas ganar tiempo y demostrar su compromiso con la consulta. Pero tenía, además, otro objetivo oculto. Si le hubiera salido bien, de haber logrado engañar al Estado, como dijo que quería, habría ido a las urnas como un campeón. Tras el triunfo de la consulta, hubiera prometido una independencia negociada y tranquila. Puede que ahora vaya como supuesta víctima de un grave atropello, pero eso lo arroja en manos nuevamente de Esquerra Republicana y de su programa de ruptura unilateral. Dudo que la sociedad catalana esté para esos bollos. En cualquier caso, antes del 9, disfrutemos de la castañada.
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