La fiesta nacional de Catalunya

La Diada de la división

Los partidos evidencian que la legislatura agoniza y ya actúan como si la campaña electoral hubiera empezado

Una imagen de la manifestación convocada por Solidaritat Catalana, ayer en la plaza Urquinaona.

Una imagen de la manifestación convocada por Solidaritat Catalana, ayer en la plaza Urquinaona.

NEUS TOMÀS / TONI SUST / Barcelona

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Si a las reivindicaciones habituales de cada Diada se les suman los nervios preelectorales, el resultado es un Onze de Setembre marcado por las desavenencias, los reproches, la división. Catalunya está en campaña, aunque falten dos meses y medio para las elecciones autonómicas, y ayer los partidos no disimularon a la hora de intentar colocar su producto en el escaparate mediático en el que se ha convertido la fiesta nacional. Nadie conoce a nadie: los socios del Govern ya no disimulan y tras hacerse la obligada foto conjunta demostraron que cada uno va a lo suyo. El PSC, alertando del lobo independentista; Esquerra, alineándose con el presunto enemigo común, Artur Mas, para reprochar a José Montilla el tono «partidista» de su discurso institucional del viernes, e Iniciativa, vendiendo una más que improbable reforma de la Constitución.

De entrada, el nuevo formato de la ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova en Barcelona convirtió el acto en un plató pero sin público, puesto que por primera vez se alejó a los asistentes de las inmediaciones de la estatua. O sea, no es que este año no hubiese abucheos y silbidos, sino que no se vieron ni escucharon por la televisión. El Govern asegura que se optó por este diseño por cuestiones de seguridad y que cuando en su momento se explicó el cambio a los grupos de la oposición, ninguno se quejó. Cosa que sí hizo ayer el líder de CiU. En un rapto de radicalidad democrática que no suele exteriorizar, Mas lamentó que el nuevo formato recorte la libertad de los ciudadanos para expresar su opinión. Conteniendo la euforia que muchos de los suyos ayer no disimulaban, se negó a responder si recuperará el antiguo formato si al final llega a la presidencia de la Generalitat. En lo que no tuvo reparos fue en criticar a Montilla porque, en su opinión, en el mensaje institucional se dirigió a los ciudadanos en clave de partido y no de país al alertar del peligro de la «pulsión separadora» de CiU y ERC.

El president evitó entrar al trapo y, para satisfacción de cámaras y fotógrafos, regaló algunas de las instantáneas que buscaban. Entre ellas la de la conversación, con sonrisas incluidas, con el alcalde Jordi Hereu, ni que fuera para calmar a la parroquia socialista de Barcelona que no sabe aún quién encabezará la lista de las municipales. También relajado, pese a todo, apareció el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que ayer fue el socialista más perseguido por los medios para desconcierto del presidente de su partido, Isidre Molas, al que los periodistas dejaron con la palabra en la boca para correr detrás de Corbacho.

GUARDIOLA, «¡PRESIDENT!» / En todo caso, los únicos que fueron recibidos, ni que fuese de lejos, con aplausos fueron el entrenador del Barça, Pep Guardiola (aclamado al grito de «¡president!») y Joan Laporta, que desfiló por primera vez como candidato a la Generalitat, rodeado de medio centenar de representantes de Solidaritat Catalana. No eran muchos pero se hicieron notar más que el Reagrupament de Joan Carretero. Incluso más que la delegación de Esquerra, menos concurrida que en otros años y más silenciosa. Eso sí, hubo codazos para evitar que los laportianos y los seguidores de Carretero desfilasen antes que los republicanos. ¿Será verdad que a la hora de reivindicar la independencia la veteranía también cuenta?

En este ambiente, la división ya no conoce barrios ni partidos, si es que alguna vez los conoció. De las discrepancias internas queda en las últimas horas el capón de Josep Antoni Duran Lleida a algunos excesos soberanistas de CDC. En concreto, una desautorización al eurodiputado de CiU, Ramon Tremosa, que afirmó que Montilla es el president que Franco hubiera soñado para una Catalunya en democracia. Duran no le citó. En la carta web que difunde cada viernes, el líder de Unió advirtió: «No dependemos tanto de los aciertos de los demás como de nuestros desaciertos. Es la hora de la disciplina en las declaraciones públicas». Unas líneas más arriba advertía de que el soberanismo no debe ser el eje de la campaña de CiU.

Un discurso que tiene mal convivir con el que el número dos de CDC, Felip Puig, pronunció en la noche del viernes en el Fossar de les Moreres, en una velada secesionista en la que no tuvo empacho en gritar a favor de la independencia. Aunque puestos a cometer excesos, el delegado del Govern en la Catalunya central, Jordi Fàbrega, alcalde de Sant Pere de Torelló (Bages), portavoz de Decidim.cat y conocido activista independentista, puso el listón alto: quemó en público el decreto de Nueva Planta -que acabó con las instituciones catalanas tras la derrota de 1714- como muestra de rechazo a la legislación española.

Otra división, de fondo y forma, la exhibió la presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho, que no fue a la ofrenda a Casanova e instó al próximo Gobierno catalán a hacer «una reflexión muy profunda» y replantear el tono reivindicativo de la jornada: «La Diada tiene un perfil soberanista, independentista. No se hace participar a toda la sociedad catalana, que es plural». Camacho, que quiere que el PPC sea decisivo, afronta una contradicción: critica los gestos nacionalistas pero solo puede pintar algo en el futuro Govern de la mano de CiU, partido nacionalista. Porque el PPC comparte con ICV la realidad de que solo una fórmula le puede llevar al Govern.

PAZ EN LA CIUTADELLA / El parque de la Ciutadella no parecía el de la última Diada. No hubo abucheos, ni insultos contra quien abucheaba. No cantó la israelí Noa, ICV no se sintió obligada a protestar públicamente. El acto fue un homenaje al catalán. En la tribuna de autoridades, algunas caras llamadas a un adiós político cercano. Entre ellas, la del vicepresidente del Govern, Josep Lluís Carod-Rovira, que empezó su andadura en el primer tripartito entrevistándose con ETA en Perpinyà y ayer declaró que no entiende qué hace Arnaldo Otegi en la cárcel cuando podría ser útil para facilitar el diálogo.