Al contrataque

El fondo y la forma

PEPA BUENO

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Hace unos años, un dirigente político latinoamericano recién aterrizado en España me confesaba su estupor por el nivel de agresividad verbal que veía en el Congreso español. Era la primera legislatura de Zapatero, cuando se celebraban aquellos plenos en los que se interrumpía al orador en la tribuna recordándole a su abuelo fusilado en la guerra civil o se le acusaba de traición a los muertos, o no se dejaba hablar a José Antonio Labordeta con el poderoso argumento de que se fuera con la mochila a otra parte. Aquel horrorizado y exquisito político latino reflexionaba que, cuando ya se han dicho todas las palabras gruesas, no queda más que la violencia. Y que, si quienes tienen la enorme responsabilidad de representarnos a todos dirimen sus diferencias de esa manera, está claro el camino que se está señalando a los ciudadanos para resolver las suyas. O para mostrar su rechazo a un Gobierno. Me pareció exagerado. Este pueblo está más que vacunado, le decía, contra la barbarie.

El auto de Pedraz

Esta semana volví a acordarme de aquella conversación al leer que el diputado popular Rafael Hernando calificaba de pijo ácrata indecente e impresentable a un juez de la Audiencia Nacional. El juez, Santiago Pedraz, tampoco había estado muy afortunado al redactar un auto en el que para contextualizar una protesta ciudadana se remitía a la «convenida decadencia de la clase política española», así en masa.

La semana había comenzado con una sorprendente respuesta del presidente del Gobierno a la pregunta de si el rescate de España era inminente. Respondía con una broma, al más puro estilo Rajoy, que provocó risas entre la concurrencia. Pero pasado el momento de aplaudir la ocurrencia, la pregunta era obvia. ¿De qué se ríe el presidente del Gobierno de un país con casi seis millones de parados al que le están dando aceite de ricino cada día? ¿Qué provoca esa risa de un rescate que condicionará aún más las expectativas de futuro de más de una generación de españoles? Ocurría solo días después de que nadie advirtiera al presidente de que «fumarse un puro» tiene en castellano unas connotaciones que no podemos permitirnos en este momento. Y que, por lo tanto, no podía hacerse esa foto paseando por Nueva York mientras aquí las malas noticias no encuentran ya espacio en los medios de comunicación.

Será sin duda objeto de análisis en el futuro en qué momento de nuestra joven democracia la agresividad y la frivolidad se convirtieron en armas de comunicación política. Pero de momento lo preocupante es que esta sucesión de torpezas y salidas de tono llega en un momento de mucha desesperación y cuando crece el número de ciudadanos que perciben la política como una actividad que crea problemas sin ofrecer soluciones.

Llevo tres semanas escribiendo en esta contraportada de EL PERIÓDICO y las formas, esa minucia en democracia, no me dejan ocuparme del fondo.