Peccata minuta

Whisky: agua de vida

Se observa en Artur Mas la íntima convicción de que su farol no cuela ante la legislación vigente

JOAN OLLÉ

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El 24 de octubre de 1971, Pau Casals habló ante la ONU: «Soy catalán. Catalunya tuvo el primer parlamento democrático, muchos años antes que Inglaterra. Y fue en mi país donde hubo las primeras naciones unidas. En aquel tiempo -el siglo XI- se reunieron en Toulouges -hoy Francia- para hablar de la paz, porque los catalanes de aquel tiempo ya estaban en contra de la guerra». Y luego el maestro interpretó por última vez en público El cant dels ocells.

Ayer fue un día histórico para ambos parlamentos: el nuestro votó mayoritariamente una ley que invitará a sus ciudadanos a ser consultados sobre qué tipo de relación desean con el Estado del que Catalunya forma parte; el Parlamento inglés celebró en gran manera, tal vez brindando con buen whisky, que una mayoría de los escoceses decidiesen seguir vinculados al país de los Beatles. ¿Celebra la hoy ya tranquilizada Europa la alta calidad democrática de los británicos? La grave melancolía de El cant dels ocells, melodía utilizada últimamente para conmemorar pérdidas, tal vez resuene aún en los tímpanos de los que votaron . Y es una lástima que resultase que no, porque habría sido estupendo ver llegar a Junqueras a la Ciutadella, más feliz que una perdiz, ataviado con el kilt -la masculina falda escocesa-, escoltado musicalmente por Herrera y Fernàndez interpretando a dúo una versión de la melodía de Casals para gaita y gralla.

La tierra prometida

Como si de una final de Champions con el Barça se tratase, algunos catalanes se tomaron unos días de asuntos personales -o libres, nunca mejor dicho- para, ya recuperados de la gran V barcelonesa, peregrinar a la tierra prometida de la independencia e ir haciendo boca cara al 9-N. Y es que es un no parar. Les imagino, pobrecitos míos, dormitando su afonía en el avión de regreso con las banderas a media asta, víctimas de los contrastes térmico-emocionales de la ducha escocesa. Debieron llevarse en sus móviles la imagen del magnífico Parlamento del arquitecto catalán Enric Miralles, así como la del Seat 600 con matrícula de Madrid convertido en una estelada sobre ruedas. ¿Logrará el troncomóvil franquista volver a la Madre Patria (¿cuál?) por sus propios medios?

También observo en el president Mas una alternancia de temperaturas entre sus aguas mayores y menores: por una parte, su robótica insistencia en que el 9-N podremos deshojar la margarita, y al mismo tiempo la íntima convicción de que su farol no cuela ante la legislación vigente, que, guste o no, es una y solo una. Madrid no es Londres, pero la historia impele a nuestro Salmond y a su Cameron a sentarse ante un par de whiskys (agua de vida, en gaélico escocés), dejarse de gaitas y gralles y empezar a hablar en serio y no de quién la tiene más larga.