Voz y poder

No podemos defender el burka ni el burkini, pero su sanción multiplica la opresión y da munición a los intolerantes

Playa de Niza (4)

Playa de Niza (4) / periodico

EMMA RIVEROLA

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La imagen de la policía de Niza obligando a una mujer a desprenderse de sus prendas fue humillante. La prohibición del burkini en Francia no solo fue torpe, también hipócrita y cobarde. El veto se ha levantado, pero las razones parecen tan superficiales como las que llevaron a imponerlo. En los países islámicos, la lucha contra el machismo del extremismo religioso ha llevado a miles de mujeres a la cárcel. Ellas conocen perfectamente el peso exacto de las ropas impuestas, el lastre de sus pasos.

La libertad no reside en unas ropas que someten a la mujer, que convierten sus cuerpos en algo prohibido e inferior a los de los hombres. No habita en la interpretación religiosa patriarcal (¿qué religión no la tiene?) ni en la moda que ha extendido el uso del velo. Los códigos estéticos también son instrumentos de control. Como sociedad democrática, por respeto y solidaridad con las mujeres que luchan por librarse del yugo, no podemos defender el burka ni el burkini, pero su sanción multiplica la opresión y da munición a los intolerantes.

Solo nos queda luchar por los derechos de las mujeres. Dar voz y poder a las calladas, a las abusadas, a las esclavizadas. También impedir que los cimientos de las mezquitas se edifiquen con los fondos del islamismo más intransigente. Los mismos con los que tan alegre e interesadamente sellamos suculentos contratos o icónicos patrocinios deportivos. Nuestro dinero también teje la sumisión.