Peccata minuta

Votar muy rojo

JOAN OLLÉ

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Tanto desde dentro del PSOE como fuera de él, más de uno y más de diez se han ido preguntando últimamente aquello de que pasaría si Pablo Iglesias levantara la cabeza. Y la ha levantado, reconvertido en un joven profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid de 35 años, con un par de másters en los bolsillos, perilla vietnamito-leninista y larga cabellera cristiano-pirata recogida en coleta torera, que ha puesto seriamente en cuestión el presunto progresismo del partido (nunca mejor dicho) que su homónimo gallego fundó en 1879.

¿Ha entrado en el Parlamento, como Fidel en La Habana, la extrema izquierda? Felipe González, fumador de puros que le enviaba Fidel, ya ha alertado sobre el peligro de venezuelización de la politica española. ¿Tanto teme el expresidente la presencia parlamentaria de dos mujeres y tres hombres -uno de ellos el venerable Carlos Jiménez Vilarejo, de 78 años, verdadero azote de Pujol en el caso Banca Catalana-, cuando en la vecina Francia 24 xenófobos hijos de Jean-Marie Le Pen y su hija Marine sentaran sus culos en los escaños del Espace Leopold? Sí, Le Pen padre, también eurodiputado que hace apenas una semana declaró que el virus Ébola, que ha empezado ya a cobrarse sus primeras víctimas en Guinea, Liberia y Sierra Leona, podría solucionar el problema de la emigración en tres meses.

Tertuliano telepredicador

Uno de los eslóganes más celebrados del mayo francés del 68, que algunos vinculan con nuestro aún reciente 15-M, y otros a este con el fenómeno Podemos, fue aquel que aseguraba que la revolución nunca sería televisada. Tal vez no lo será, pero en el caso que nos ocupa es evidente que la condición de tertuliano telepredicador de Pablo Iglesias Jr. ha sido la base de que su ideario, servido desde un magistral dominio de la situación y de la palabra, haya calado con fuerza en el millón y medio de votantes que prefirieron su coleta a la consolidada tomadura de pelo. Deberíamos también agradecer a la señora televisión la existencia del gran Jordi Évole (no Ébola), otro de los grandes torracollons del sistema.

¿Podemos calificar de antisistema a un partido que concurre a unas elecciones, a pesar de que su líder califique a la casi totalidad de políticos en activo como «casta»? ¿Es populismo intentar mejorar la calidad de vida de las personas extorsionadas económicamente por las desigualdades impuestas por la casta y solidarizarse con ellas renunciando a más de dos de las terceras partes del muy holgado sueldo de un eurodiputado?

La madre de mi amiga Ivette, de Perpinyà, ciudad que se ha salvado por los pelos del virus Le Pen, lo tenia muy claro: «Vota muy rojo, que luego ya destiñe».