Al contrataque
Volverán los bostezos matutinos
Hoy en día ya nadie quiere inspirar ternura, y lo que es todavía peor, ya nadie sabe cómo hacerlo
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Una de las señales inequívocas de que se han acabado las vacaciones es que de repente la gente vuelve a bostezar. En verano bostezamos poco, pero llega septiembre y las calles se llenan como por encantamiento, como si la princesa Aurora se acabase de pinchar el dedo con un huso, de hombres y de mujeres bostezantes esperando en la parada del autobús, camino del trabajo o acompañando a los niños a la escuela.
Adivino que, como yo, han hecho el esfuerzo de vestirse con cierto esmero, tal vez incluso se hayan pintado la raya del ojo o se hayan pasado un peine. Me gusta pensar que quizá, antes de salir de casa, alguien les ha preguntado por sus sueños o les ha dicho que olían bien. Tal vez alguien les ha suplicado que no abandonasen todavía la cama. O tal vez se han sentido solos y asustados como todo el mundo.
Me gusta ver el sueño en sus ojos, el desconcierto o la resaca, el ímpetu o el sopor, la vulnerabilidad de los recién salidos de la cama (todos somos vulnerables en la cama, por eso es bastante arriesgado hacer el amor en una cama con alguien que no te quiere o a quien no quieres). Incluso en un desconocido, la cara de sueño y los bostezos, siempre que uno se tape la boca para bostezar, pueden inspirar ternura.
Pero hoy en día ya nadie quiere inspirar ternura, y lo que es todavía peor, ya nadie sabe cómo hacerlo. Sobre todo las mujeres, que en su mayoría han olvidado que los que inspiran ternura son los hombres, con sus abismales disgustos y berrinches, sus enfermedades mortales y sus ojos infantiles. Y que la ternura no consiste nunca en colgar la foto de un gatito desvalido o de un koala abrazado a un árbol. Los animales me encantan, pero no me inspiran ternura, en cualquier caso ni remotamente tanta como la que me inspiran los hombres, tan frágiles a veces, tan necesitados de cobijo y de protección. No sé cómo viven las mujeres que han olvidado eso. No sé cuándo renunciamos a proteger a los tíos, a darles refugio. (Y yo soy feminista practicante). No sé cuándo les dejamos a la intemperie con ese rollo de que eran unos cobardes porque daba la casualidad de que no estaban enamorados de una, o no del modo que una deseaba. No sé en qué momento renunciamos unos y otras a la benevolencia, a la buena fe. No hay ninguna historia de amor ni de amistad que pueda no ya sobrevivir, sino simplemente surgir, florecer y perdurar sin eso.
Ana María Moix siempre afirmaba, cuando yo me lamentaba de lo poco que leía la gente y de lo poco que importaban la cultura y la belleza, que volvería la seriedad. Yo creo que también volverá la benevolencia entre los sexos, tal vez incluso entre las personas del mismo sexo. Estaría bien bajar las armas un rato.
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