Análisis

Viejas certezas, nuevas complicaciones

Arrimadas y Puigdemont han derrotado a sus rivales de bloque con discursos simplificadores del conflicto entre la Generalitat y el Estado y entre catalanes

Colas para votar en el colegio Ramon Llull de Barcelona.

Colas para votar en el colegio Ramon Llull de Barcelona. / periodico

JORDI MERCADER

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Las certezas deberían ser aceptadas por todos de una vez por todas para salir del cul-du-sac. Hay dos millones de catalanes que votan a favor de la independencia y otros dos millones que votan en contra. La diferencia de unos miles de apoyos a favor de unos u otros es irrelevante fuera del Parlament; el país está partido por la mitad ante un propuesta trascendente y la hipótesis de una imposición por la mínima democrática o el intento de enterrarla bajo el peso de la ley del 155 enciende el ánimo colectivo. Sabemos además de una advertencia ratificada a las pocas horas de conocerse los resultados: la vía de la unilateralidad contra un Estado de derecho por muy imperfecto que este sea no es transitable en el seno de la Unión Europea. El 21-D lo complica todo un poco más.

El populismo domina ahora ambos campos. Inés Arrimadas Carles Puigdemont han derrotado a sus rivales de bloque con discursos simplificadores del conflicto existente entre la Generalitat y el Estado español y entre catalanes; apelaron estrictamente a los sentimientos y al temor a la victoria del adversario y les funcionó. La líder de Ciutadans ganó prometiendo acabar con el procés, sin explicar su fórmula mágica para salir de la crisis creada por el choque institucional. Al candidato de JxCat le bastó con personalizar en su éxito la derrota del 155, amenazando de deslegitimar cualquier otra opción; concentrándose en lo mucho que Rajoy ha hecho mal se ahorró el análisis de su culpa. Su triunfo instala en el Parlament a un grupo de fieles de difícil coordinación con el PDECat, por lo oído hasta ahora. 

Incertidumbre total

Los puentes internos han sido dinamitados. La movilización para afrontar una supuesta batalla final entre el no pasarán y el no nos detendrán ha  devastado a las propuestas no alineadas, más complejas o calculadas para introducir factores de moderación en los próximos meses. ERC se vio obligada a enterrar una tímida autocrítica por lo sucedido y subirse al carro de la radicalidad empujado por Puigdemont, y aun así no evitó ser derrotada por JxCat. La remontada del PSC se quedó en nada, y con ella el discurso de la reconciliación, víctima de la fuerza de Arrimadas. La equidistancia de los comuns no sobrevivió a la épica de la agitación y al miedo de los soberanistas a una humillación estatal de las instituciones nacionales.

La incertidumbre es total. La composición definitiva del Parlament depende de las decisiones del Tribunal Supremo sobre prisiones preventivas de muchos diputados electos; tantos, que podrían ser insostenibles para un Estado de derecho. La pretensión de Puigdemont de obtener una rectificación judicial del Estado como paso previo al diálogo puede torpedearlo antes de iniciarse. La confusión introducida en campaña sobre los planes del nuevo Govern en cuanto a la recuperación de la república efímera o su hibernación para generar una pausa para la reflexión colectiva dificulta incluso saber cuál es el nuevo mandato democrático a esgrimir ante la amenaza de una renovación del 155.