La rueda

Valores, sexo e intimidad

La privacidad de ciertos actos afecta mucho más al civismo que a razones religiosas o morales

RAMON FOLCH

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A raíz de la innecesaria polémica sobre la práctica del sexo en el metro de Barcelona, una significada militante de cierta formación política afirmó que el alboroto se debía a los prejuicios cristianos de nuestra sociedad. Una declaración poco meditada, porque el hecho en cuestión habría supuesto prisión en la China maoísta, lapidación en la mayoría de países islámicos, detención segura en Israel y colosal bronca popular en la India hinduísta.

En efecto, la mayor tolerancia social se ha desarrollado en los países de tradición cristiana, y en los católicos aún más que en muchos de los protestantes: ¿imaginan la escena del metro en los puritanísimos Estados Unidos, que se horrorizan a la vista de un pezón (femenino)? Cierto que el judeocristianismo ha reprimido las pulsiones naturales de media humanidad, pero el tema aludido es de otra índole. Concierne al sentido de la intimidad, que es otra cosa.

En todo caso, afecta a los valores sociales. Yo soy trabajadamente agnóstico. Quiero decir que he dedicado mucha reflexión a creer o no en según qué. Me he percatado de que la mayoría de los valores más apreciados en el ser humano coinciden con los de la mayoría de religiones. El drama es que al librarnos de la pesada carga de prejuicios y supersticiones que suelen acompañarlas, a menudo echamos también por la borda sus valores positivos.

La virginidad de María, los rosarios y las novenas, la infalibilidad del Papa, el celibato o la sábana santa de Turín no figuran en el mensaje evangélico. El amor, la compasión, la rectitud y las bienaventuranzas, sí. El cumplimiento del código civil occidental te hace, casi, un buen cristiano evangélico. De hecho, los valores occidentales y el cristianismo prístino son bastante superponibles; los fundamentalismos y las supersticiones, no. El sexo en público es otro tema.