Dos miradas

Una danza

El primer gol del Barça llegó después de 36 toques, con una basculación que oscilaba entre el ir adelante y el retroceder, entre el este y el oeste

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La percepción de un partido de fútbol es a menudo sesgada, ya sea por la falta de objetividad, por el exceso de información en un espacio de tiempo corto o por los nervios con los que el aficionado contempla (y vive) la inmediatez. Por eso son tan admirables las crónicas que son capaces de analizar al instante el juego de los dos equipos, las variaciones y las evoluciones tácticas, y las jugadas dudosas, al margen de los exabruptos emotivos. Por suerte, al cabo de unos días la revisión del encuentro llega en ayuda de los que, observándolo en directo, no fueron capaces de entrar en el detalle. Cuando un equipo marca un gol, es difícil abandonar la euforia del momento. Solo hay un balón dentro de la red, fruto de una jugada premeditada o de un azar, de una genialidad o de un cabezazo involuntario. El mundo se reduce a esa pelota y a la red. Ciertamente es complicado retroceder, recordar el inicio, rebobinar el proceso que ha permitido llegar hasta el estallido.

Al cabo de unos días, la calma no solo ayuda a fijar los movimientos, a retenerlos, sino que informa de una belleza hasta entonces desconocida. El primer gol del Barça en el clásico llegó después de 36 toques, con una basculación, casi una danza, que oscilaba entre el ir adelante y el retroceder, entre el este y el oeste. Con parsimonia. Hasta que, de repente, llega la fulguración, el relámpago. El baile, visto a cámara rápida, es control y desazón, y penetra sobrecogedoramente el alma.