Un tramposo irresistible

El periodista opina que John Verdon es "la cima de los placeres culpables, tan chungo como imprescindible"

RAMÓN DE ESPAÑA

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Aunque tengo muy mala opinión de John Verdon, me compro todos sus libros. Le considero uno de esos placeres culpables que experimenta todo consumidor cultural con respecto a ciertos escritores, ciertos cineastas y ciertos músicos: no debería gustarme, se dice uno, pero siempre me acabo tragando sus libros, sus películas y sus discos. ¿Qué me pasa, doctor?

Pues en el caso de Verdon me pasa que el muy ladino me atrapa desde la página uno y no me suelta hasta el final. Sus tramas tienen más agujeros que el gruyere; el protagonista de sus novelas –el policía jubilado David Gurney- no es un personaje especialmente fascinante: nada que ver con titanes del género como el Maigret de Simenon, el Wexford de Rendell, el Erlendur de Indridason o el Verhoeven de Lemaitre; cuando acabas de leer la entrega de turno, se te pone cara de imbécil, tienes la sensación de haber perdido el tiempo miserablemente y te prometes no volver a picar para conservar la escasa autoestima que aún te queda…. Aunque intuyes que te propulsarás a tu librería habitual cuando aparezca el siguiente libro de la serie.

El primero, 'No abras los ojos', tuvo un éxito tan descomunal que me hizo sospechar de su calidad, así que tardé un tiempo en comprarlo. Cuando lo hice vi que literariamente no valía un pepino, pero me lo tragué prácticamente de un tirón. Lo mismo me sucedió con los dos siguientes, 'Deja en paz al diablo' y 'No confíes en Peter Pan'. E intuyo que repetiré la jugada con el recién publicado 'Controlaré tus sueños', aunque de momento me hago el gallito y no lo compro, aplicándome el mismo tratamiento que sufre en estos momentos mi niño interior, que insiste en ver 'Spectre'. ¿Cuánto tiempo podré aguantar sin comprar el último Verdon y ver el nuevo Bond? Algo me dice que no mucho.

El género policial rebosa de autores banales cuyos libros se olvidan inmediatamente después de leerlos, pero John Verdon se lleva la palma: mientras le lees, no querrías hacer otra cosa, pero en cuanto terminas de hacerlo, te lo quitas de encima con tanta prisa como vergüenza. Cima de los placeres culpables, este hombre es tan chungo como imprescindible.