Lecciones de la gran fiesta del fútbol

Un campeonato controvertido

El Mundial de Brasil pone de relieve que el negocio futbolístico se sostiene sobre pies de barro

ANTONI SERRA RAMONEDA

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Los fastos por la entronización de Felipe VI se vieron algo deslucidos por el resultado del partido que la noche anterior la selección española de fútbol había disputado en el estadio de Maracaná. Las innumerables banderas colgadas de las fachadas madrileñas lucían mustias y los decibelios de las aclamaciones al paso del cortejo de los nuevos monarcas no alcanzaron toda la intensidad que un resultado favorable hubiera conllevado. Y eso que no se escatimaron medios para que nuestros futbolistas colaboraran en dar el máximo esplendor al acontecimiento. Según se cuenta, era entre todas las selecciones la que tenía prometidas las primas más altas en caso de victoria a pesar de nuestra delicada situación económica. Lo que lleva a pensar que la relación entre incentivos monetarios y resultados es, en este deporte, extremadamente espuria.

El campeonato de Brasil tiene mal fario. Antes de iniciarse ya hubo disturbios por el descontento que entre las clases más desfavorecidas producían los ingentes dispendios que su preparación provocaba sin que a ellas les llegaran unas migajas. Han proliferado huelgas de transportes y de otros servicios públicos que han dificultado la celebración de algunos partidos y las fuerzas del orden han intervenido para evitar males mayores. Lo cual lleva a suponer que una parte de la población no sentiría una profunda depresión si la canarinha no se alzara con el trofeo. Pero parece que también entre las clases acomodadas abundan quienes abogan por una eventual derrota. Esta es la opinión recogida en un artículo del sesudo International New York Times.

Si durante la presidencia de Lula la economía brasileña conoció un crecimiento espectacular, con la consiguiente reducción del paro, en tiempos de la señora Rousseff el panorama se ha ensombrecido por la evolución de los precios mundiales de muchos de los productos en que Brasil está especializado, aunque también ha influido su errática política económica. Ya cercano el pleno empleo, para mantener el crecimiento, sostienen que hay que aumentar la productividad y para ello se necesitan políticas de oferta: mejoras en la educación y la formación, mayor apertura al comercio exterior, mejores infraestructuras y mayor disciplina fiscal. Pero estas suelen causar resistencias entre sindicatos y estamentos empresariales.

Quienes ven a la señora Rousseff falta de decisión para enfrentarse con mano dura a estas resistencias creen que el triunfo de Brasil aumentaría sus probabilidades de reelección, en perjuicio de las de un oponente menos comprometido con intereses opuestos a las medidas enunciadas y partidario de una política proteccionista. Que en un país como Brasil, donde el fútbol ha sido una pasión nacional, haya tibios ante la victoria de su selección es cuando menos sorprendente.

Pero el campeonato ha ido acompañado de unas polémicas que ponen en duda la limpieza de los resultados pero también de lo que se cuece en las bambalinas, allá donde se reparten las habichuelas, del mundo futbolístico. Se está cuestionando la labor de algunos árbitros. Cierto que ello suele ser habitual en todos los campeonatos. Pero ahora las críticas llegan a extremos muy ácidos con veladas sospechas de favoritismos y trasiegos de doblones. Tanto es así que Blatter, el poderoso presidente de la FIFA, ya ha expresado su inclinación a admitir el replay televisivo de jugadas dudosas. Por su parte, Michel Platini, presidente de la federación europea, propone aumentar a cinco el número de árbitros, convencido de que diez ojos ven más que seis.

Algo huele a podrido y no en Dinamarca. En estos días dos importantes rotativos británicos han acusado precisamente a Platini de haber cobrado si no en dinero por lo menos en favores por haber votado a favor de la celebración en Qatar del campeonato del 2022. Hay hechos que, cuando menos, suscitan dudas sobre su apoyo. El escándalo ha salpicado a personalidades españolas, como Florentino Pérez, que ha reaccionado con celeridad negando toda implicación. Pero lo curioso es que todo se ha desvelado después de que Platini anunciara su voluntad de presentarse a las elecciones a la presidencia de la FIFA. Es obvio que la noticia mina sus perspectivas y muchos ven detrás de su divulgación la mano de Blatter.

En resumen, el campeonato de Brasil no parece ser la apoteosis del fútbol esperada. Más bien pone de relieve que el negocio futbolístico tiene pies de barro que no sostienen el entramado económico y político que sobre él se ha montado. Y que no justifica la desmesurada pasión que muchos muestran por sus clubs y selecciones. Sus dimensiones son excesivas y convendría reconvertir el tinglado.